lunes, 21 de diciembre de 2015

Aquel blanco velero… 
/
                         
Aquel blanco velero…

Hoy ya viejo, sí; y lleno además su casco de rozaduras, de heridas, de cicatrices; sin reparar ni calafatear hace tiempo; con ‘caracolillo’, y algo abandonado; muchos períodos en el dique seco; y, cerca ya de su desguace definitivo… Pero entonces, hace ya muchos años, formidable y rápido velero de esbelta silueta y blanquísimo velamen, lleno de fuerza y de energía, que se deslizaba surcando las saladas aguas de los mares elegante, veloz y silencioso…, audaz, repleto de sueños y de limpias ilusiones…
Y hoy, inmerso en aquellos bellos sueños, rememoraba yo, y ¡casi volvía a vivirlas!, aquellas bellas singladuras, aquellas delicadas maniobras… Lo mismo cuando el viento me era favorable, como cuando entrándome de frente, por la amura de estribor, me obligaba a aproarme a él e ir ciñendo… ¡Tanto navegar y navegar siempre ilusionado, siempre esperanzado, siempre intentando alcanzar aquel soñado y anhelado puerto, ¡aquel amor!, que durante tantos años perseguí…!   ¡Tantas veces creyendo avistar ya en la lejanía la ilusionante costa y el ansiado premio!...
El tiempo, pasa raudo, inexorable…; y es evidente que el nuestro ya pasó. Y que todo aquello, que pudo ser un maravilloso amor y un felicísimo matrimonio, se truncó, y se quedó, sencilla y llanamente, en…, ¡nada!, en ¡absolutamente nada! Pero las vivencias experimentadas, los recuerdos, las alegrías –también los desengaños, las amarguras, ¡ay!-, ‘viven’ siempre en la mente… Y puede uno  recuperarlos; y casi casi, ¡volver a vivirlos! (¡Qué fantástico este cerebro, estas neuronas que, cual un inmenso ‘hard disck’ o ‘disco duro’, de muchos millones de ‘tera-bits’ sin duda, guardan casi intactos e indelebles, casi vivos, sin marchitarse, casi inmaculados, ¡tantos maravillosos recuerdos!...). Dicen, que la vida se vive solamente una vez; pero, ¿realmente es esto cierto del todo?...
 Y hoy, en la playa, sentado sobre la dorada arena y recostado en mi varado velero, algo ‘aquejado’ y fatigado ya, afluyen a mi mente ¡tantos preciosos recuerdos!... Es sumamente improbable, que tú, María, llegues a leer alguna vez todo esto. Pero, además, ¿qué importa? ¿qué más da ya?... Aquello nuestro pasó; y es obvio que el esquivo tiempo, ¡nunca volverá ya para nosotros! Pero te contaré hoy, o…, se lo contaré a estas pequeñas y cercanas olas que rompen dulcemente frente a mí, algunos recuerdos de entonces… De aquellos tiempos en los que mi corazón…, ¡estaba absoluta e integramente enamorado de ti!... De aquellos tiempos, en los que –aún a pesar de que tú no me ‘acompañabas’- me sentí ¡tan absoluta y tan plenamente feliz!
     ------------
    Aquella soleadita mañana –lo recuerdo diafanamente, como si hubiese sucedido ayer- , bien tempranito, subí a la cota más alta de la más alta montaña de las que habitualmente, en plan de ejercicio, solía subir corriendo cada día en Cabo de Palos, en la zona de Cala Bonita, de la Cala Dorada, del ‘Cocón del lobo’,  de ‘la
playa de los lirios’... Y, después de descansar un poquito, y de ‘saborear’ la maravilla del paisaje que desde allí se atisba, y luego de un concienzudo y detallado estudio
  de la orografía cercana, entre dos rocas rodeadas de fragantes flores silvestres, en un lugar de muy difícil y peligroso acceso -para que nadie pudiese descubrirlo y para que nadie se lo llevara ni lo mancillara-, deposité allí con sumo cuidado y enorme ilusión, con absoluto cariño y esmero, una especie de pequeño y sencillo altar que previamente había fabricado, en un bonito recipiente de limpio y transparente cristal con forma de bóveda, que quedó a mi gusto, muy bonito, muy romántico, muy entrañable … En él, estáis
la Virgen Milagrosa –una pequeña imagen suya, que es además fosforescente-, y tú, María, una querida fotografía tuya. Y hay también una oración, una plegaria… Sí, porque ante aquella preciosa Virgen Milagrosa, había dejado depositada mi ilusión más grande, mi mas grande esperanza y… ¡mi sentida y humilde súplica! En ella, le pedía a la Virgen que tú me quisieras alguna vez, que te dieses cuenta de este inmenso y maravilloso amor que te tengo y que -¡ojalá!- algún día correspondieses a él…, ¡haciendo así realidad mi gran sueño!...
    Estuve allí un buen rato, admirando el infinito paisaje y recreándome en él, en ese muy pronunciado saliente geográfico, en ese cabo que tanto viví, que tanto disfruté y amé, y que tanto representó en mi juventud…, y respirando a fondo aquel aire tan puro de la montaña, con sabor a tomillo y a romero, disfrutando de aquella felicidad… Y estuve, sobre todo, arrodillado ante la Virgen y rezando con fe por aquella intención. Y, luego, mientras yo me alejaba bajando rápido por aquellos abruptos riscos, allí se quedó, para siempre, ese homenaje, ese sencillo, humilde y pequeño ‘altar’…
    Y aunque yo era -tal vez- muy poco para ti, María, siempre me esforcé por ser mejor, y siempre albergué la esperanza de que se produjera esa especie de ‘milagro’… Ese milagro, sí, que ¡te acercase a mí!; y que así, conociéndome mas a fondo, ¡hubieses podido enamorarte de esta sencilla persona, de este humilde trovador!... De este trovador, ¡que hubiese dado su vida por ti! Porque tú, María –eras perfectamente consciente de ello-, eras lo más importante, lo más grande, lo más precioso, lo que más anhelaba, ¡lo que más quería y deseaba en el mundo! Y, ¿sabes?, ¡no puedes ni imaginar lo muchísimo que siempre he soñado contigo!
‘Qué daría por tener tus caricias cada día… -decía aquella bonita canción-; qué daría por saber que jamás te perdería, que jamás me dejarías…’
    ----
    Y unos años después, cuando ya eras ‘mayorcita’, estando yo en Madrid, recuerdo que una mañana decidí ir a buscarte a tu colegio (distante solo unas manzanas de tu domicilio). Tenía la infantil ilusión de acompañarte desde allí hasta tu casa. Yo daba estos ‘pasos’ con mucho tiento, con cautela, pensándomelo mucho, porque… de ninguna manera quería que algún pequeño desliz o error mío, pudiese estropear aquella bellísima historia de amor y truncar así mi mas querido e incesante anhelo. Me presenté allí a la hora de la salida del ‘cole’, hacia las 2 menos cuarto, creo recordar. Entre aquella multitud de chiquillas, tuve la gran suerte de divisarte de inmediato a ti… ¡Me dio un vuelco el corazón!; estabas ¡preciosísima!, con tu carita de niña y tu uniforme azul de colegiala… Y me acerqué a ti y te saludé, como siempre, con un beso. Tu gesto fue de sorpresa; y cuando te dije el motivo de mi presencia allí, te enfadaste y te negaste en rotundo a que te acompañase hasta tu casa ¡Qué tremenda decepción! Me fui de allí muy triste y desilusionado, como es lógico. Pero no te dejé, no; porque desde lejos, a prudencial distancia y sin que tú me vieses, con la mirada, fui siguiéndote durante muchísimo tiempo, hasta que te perdiste entre los arbustos, los edificios, la muchedumbre, los semáforos y el tráfico de la gran ciudad... ¿Fue aquello tal vez locura?, ¿juegos de niños?... Es posible. Pero, ¿sabes?, ¡bendita y maravillosa locura la mía!...
 Y cuando estudiaba Medicina, en aquel precioso y prestigioso –auténtica cuna de lumbreras y de ‘sabios’- Colegio Mayor de Valladolid, en aquella fría pero bonita ciudad castellana, delante del libro de Patología Quirúrgica, o de Farmacología, o de Anatomía Patológica, o de Medicina Legal, o de Pediatría, etc., una bonita fotografía tuya presidía ¡siempre! mi mesa de estudio… Porque tú eras mi gran ilusión y mi inspiración, mi fuerza…, ¡porque tú, me llevabas –fíjate, ¡sin tu saberlo!- como en volandas!... Y fui sacando adelante la carrera, ¡soñando cada instante con tu amor! ¡con poder ofrecerte un futuro bonito y atractivo! ¡con poder llegar a casarme algún día contigo, María!
Y estando ya en la E.N.M. (Escuela Naval Militar), ¡qué grandísima ilusión!, aquel radiante día, ¡recibí una carta tuya! ¡Casi no podía creérmelo!... Y, ¿sabes lo primero que hice?, pues salí volando de mi habitación y me fui a la Capilla –distante un buen trecho-, a darle gracias al Señor por tu misiva, por tu carta… Sí, porque aquello era para mí como un rayo de esperanza ¡Qué preciosos recuerdos!
    ¿Sabes?, otro chico, hubiese quizá podido superarme en varias facetas, en varias cosas. Pero, en la tremenda ilusión que yo tenía por ti,  y en la rectitud, y en la grandeza inmensa de mi amor por ti, chiquilla…, ¡nadie! ¡nadie, te lo aseguro, hubiese podido superarme, ni tan siquiera igualarme!
    ----
    Y bien, podría contarte mil íntimos y preciosos recuerdos más…
    Pero, solo te diré que por haber logrado que fueses mía, por haber logrado compartir la vida contigo, yo hubiese hecho ¡cualquier cosa por tí, María! Y, no se cómo, pero…, hubiese ido ‘volando’ hasta aquella lejanísima y brillantísima estrella del amanecer que tanto te gustaba y te inspiraba, para traértela como una pequeña ofrenda y depositarla suavemente en tus frágiles, delicadas y preciosas manos… O hubiese buceado al límite, para conquistarte aquella
gruta de maravilloso coral que tú siempre dibujabas con esmero… O habría escrito para ti, un ‘Romance para Violín y Orquesta’; si al estilo de los preciosísimos de Beethoven, pero este, ¡más bonito aun! ¡estoy seguro!… O, ¡hubiese dado por ti, media vida mía!… ‘Si quieres toda la sangre de mis venas, los ríos de mis pulsos, yo ¡me abriré en canal!’ (¿recuerdas aquella canción de nuestra época?)…
    La vida, ya sabes, pasa muy raudo, sin apenas darnos cuenta… Y solo nos está permitido volver al pasado, mediante el recuerdo. Siempre, anhelante, yo te estuve esperando, durante ¡tantísimo tiempo!... Pero a pesar de mi muy noble y precioso amor por ti, y aunque lo intenté de mil maneras, y de que fui enormemente paciente, prudente, respetuoso, educado, generoso y galante contigo, y puse el máximo interés y empeño por ‘encontrarte’ y por acercarme a ti, nunca me fue posible conseguir que me conocieses un poquito más, y no me fue posible llegar hasta tu corazón… Y así, lamentablemente, ¡no fui capaz de ilusionarte y…, ¡de enamorarte!
   Tú, María, eras la Reina en aquel gran ajedrez de la vida. Y tú conocías de sobra mi tremenda ilusión y mi precioso y limpio amor por ti… Yo moví, creo  que con maestría y con precisión, con perfecta estrategia, mis torres, mis alfiles, mis peones y mis caballos tratando de conquistar a la Reina, ¡de conquistarte a ti!…Pero no, no fue suficiente. Porque tú, que tal vez tenías la mente en otro lugar, y que no supiste apreciar y valorar la perseverante lucha de aquel enamoradísimo y noble caballero por conquistar a ‘la dama’, por conquistar  a la Reina, ¡por con
quistarte a ti, María!, observabas entre distante y casi indiferente la partida, la situación; y de repente, sorpresivamente, decidiste ‘enrocarte’ para siempre… (Y me excuso ante los ajedrecistas por esta frase; porque en ajedrez, ya se sabe, el único que puede ‘enrocarse’ es el Rey).  ¡Adiós, también para siempre, a mis sueños!... En aquella ‘jugada’ tuya, ¿sabes, María?, sin duda alguna, ¡yo perdí una parte muy importante de mis ilusiones y de mi vida!
   Pero en fin, ahora ya todo ha pasado… Solo quedan los bellísimos recuerdos; las añoranzas; las nostalgias… Sí, de aquello que pudo haber sido, pero que desgraciadamente –para mí al menos- ¡no fue!… Y vienen a mi memoria, aquella preciosa poesía, aquellos preciosos versos: ‘Pero aquellas (golondrinas) cuyo vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al contemplar…, aquellas que aprendieron nuestros nombres, esas… ¡no volverán!’
    ------
    Hace años que no subo a aquella alta montaña, porque mis ya fatigadas y maltrechas piernas no me permiten tal ‘hazaña’. Pero, me imagino, me ilusiona pensar que, a pesar de las lluvias torrenciales, de los a veces huracanados vientos, de las ruidosas tormentas y rayos, de las pequeñas alimañas que por allí habitan y del
mucho tiempo transcurrido, ese pequeño, humilde y muy sencillo ‘altar’ sigue estando allí, en el mismo sitio en que yo lo coloqué, en el mismo escarpado, bonito y romántico lugar, rodeado de riscos, de multicolores flores silvestres, de aire limpio y 
y … ¡en lo más alto de la mas alta montaña! ¡dominando todo en derredor!… Mirando hacia el Este, ya sabes. Y, ¡un poquito más cerca del cielo! Y aunque ya, aquella concreta súplica no tiene sentido ni razón de ser, todo ello sigue siendo como un renovado y muy vivo recuerdo, como un homenaje a ti, María. Porque tú, ¡sigues viviendo en mi mente!
  Solo deseo, María, que de todo lo bueno que yo siempre he deseado para ti, de la manera tan galante como siempre te he tratado, de todo lo bueno que yo siempre te he dado…, algo de todo ello te haya quedado; algo hayas conservado; algo haya contribuido -¡ojalá!- a tu felicidad… Tal vez, algún consejo, algún recuerdo, alguna broma…; tal vez aquel precioso ramo de gardenias que un día de tu ‘cumple’ te regalé; quizás alguna canción de las que te dedicaba con mi laúd; tal vez algún bonito pensamiento…
    ----
    Hay muchas clases de penas en la vida, todas ellas difíciles de sobrellevar, de soportar y de sufrir…; todas ellas difíciles de olvidar y aun menos de superar… Pero, las penas de amor, esas…, ¡esas sí que son penas!
   Y no quisiera irme de este mundo, sin saber que, a tu manera, María, tú también en ciertas etapas de tu vida, en algunos momentos quizás, me quisiste también un poquito… No quisiera irme, sin saber que soñaste conmigo alguna vez, que alguna vez estuviste ilusionada conmigo…; sin saber que no fuiste del todo indiferente y ajena a aquel maravilloso amor que sentí por ti… Aquel amor que, ciertamente, marcó mi vida para siempre…
------------
  ¡Que hayas sido y que sigas siendo muy muy feliz, María! Porque, ¡es esto en definitiva, lo que siempre deseé y sigo deseando para ti!... Que tú fueses siempre ¡inmensamente feliz! Conmigo, o… con otra persona.
    ¡Estuve enamoradísimo de ti!... ¡Te quise con todo mi corazón, con toda mi alma!...  ¡Te ‘esperé’ durante muchos años!... Y estoy absolutamente seguro, de que hubieses sido ¡plenamente feliz a mi lado!... Pero aquello, no pudo ser. Son cosas de la vida… Y así hay que aceptarlas y asumirlas.
    Al fin y al cabo, es Dios en definitiva, es el Señor, el que lleva nuestras vidas. Y ya sabes lo que Él dice: ‘Vuestros caminos, no son mis caminos; mis planes, no son vuestros planes’. Sí, es Él, el que diseña, marca, conoce y decide nuestros aconteceres, nuestra existencia, nuestras vidas… Y todo –aunque a veces, en nuestra pequeñez y torpeza, no lo comprendamos así-, ¡todo!, Él lo hace por nuestro bien, pensando unicamente en nuestra felicidad. Porque, ¿recuerdas?, ¡Él nos creó para que fuésemos siempre felices!
   ¡Que Dios te cuide y te bendiga cada instante, preciosa y queridísima chiquilla!

                                                                   Raffaello
                                                             Agosto. 2013



No hay comentarios: