Sentida poesía.-

A Rafael Ild. Pérez-Cuadrado de Guzmán
                   -----------

Voy a tratar de expresarte
con mi osadía de poeta,
el cariño que te tengo,
mayor que a mi “bicicleta”.....
 La cosa no es de extrañar,
pues la “saga” de Doctores,
que en la Armada florecisteis,
fuisteis sus mejores flores...

Por entregarme a Ella
con devoción señalada,
todo bien que le suceda,
a mi me llega hasta el alma.....


“Me da mucho que pensar
el hermano Rafael”....
así canta la zarzuela,
con trinos de cascabel...

Lo mismo me ocurre a mí,
pues tus ideas ocurrentes
llenas de gracia y matiz,
me hacen tenerte presente...


El tenerte como amigo,
noble, fiel y veterano,
me hace sentirme dichoso,
siendo para mí un hermano...


Si la amistad es una dicha,
la hermandad lo es mucho más.
Si la vivimos en Cristo,
imagina ¡qué caudal!...



Por ello le pido a Dios
que te inunde con sus bienes,
y decirte siempre a ti,
HERMANO: ¡aquí me tienes!....



Fdo.- José Sierra Campos
Almirante de la Armada Española
Abril. 2002


El Contralmirante Excmo. Sr. Don José Sierra Campos –como puede leerse y confirmarse en esa Orden Ministerial-, fue Jefe del Estado Mayor de la Zona Marítima del Mediterráneo, con sede en Cartagena.
    ----
José Sierra Campos, nació el 27 de Agosto de 1929, en Alicante,
y falleció el 10 de Noviembre de 2005, en Madrid.

        ----
    Carta, ‘vía de corazón a corazón’, para un queridísimo, ilustrísimo e inolvidable amigo del alma.-
    Muy querido y siempre recordado Pepe (que era, como a ti te gustaba que te llamaran tus amigos), querido y respetado Almirante:

    Me emociono cada vez que leo la preciosa poesía que le dedicaste a esta humilde persona, a este humilde Médico de la Armada, médico ¡de nuestra muy querida Armada!

    No pretendo hacer un panegírico tuyo (eres demasiado grande, para que yo pretenda asumir tamaña empresa); pero sí, escribirte unas sencillas y, sobre todo, sentidas palabras…

    Fuiste una persona, yo diría que singular y extraordinaria. Tu humildad, tu cercanía, tu jovial carácter, tu disponibilidad, tu exquisito trato para con todos, tu afán por ayudar allá donde se te requiriese o se te necesitase, tu hombría de bien, tu compromiso con todas las buenas causas, tu talante de hombre profundamente creyente en Dios, tu inmensa y formidable sencillez y… tu inseparable bicicleta –con la que te movías como una ardilla por toda Cartagena ‘e islas adyacentes’-, además, claro, de tu brillantísima carrera militar, te hicieron un personaje enormemente popular y ¡extraordinariamente querido por todos! ¡Nadie podía sentir indiferencia ante un caballero como tú, Don Pepe!... Allá por donde ibas, por donde aparecías, nadie podía –repito- quedarse indiferente ante tu presencia, ante tu indudable carisma… Sencillamente, porque eras como un gran imán que a todos atraías; porque en ti, siempre encontraba uno simpatía, buen humor, calor y alegría, además de buenos consejos; porque transmitías serenidad; porque eras un auténtico ejemplo para todos y… porque todos ‘te envidiábamos’ –con una envidia muy sana-, debido a tu enorme personalidad y… a ese ramillete de maravillosas cualidades humanas que te adornaban y que casi casi, colocaban o envolvían como en un áurea de santidad a tu persona…

    Cuando más nos conocimos, cuando más pudimos charlar y disfrutar así de nuestra amistad, fue a partir de Junio de 2001. Se daba la circunstancia entonces, de que yo estaba recién operado (de una prótesis o implante total de cadera), y bajaba todos los días a una tranquila zona del muelle, muy cerca ya del cantil, del ‘gruñido’ de las múltiples gaviotas, y de esa mar que tanto tu como yo –marinos los dos- disfrutamos y amamos por igual… Yo, me dedicaba a caminar, para ir recuperando poquito a poco la fuerza y la movilidad en mi pierna derecha operada; e invariablemente, un día si y otro también, aparecías tú, montado ágilmente, como un chaval de 15 años, en tu inseparable bicicleta… Eran siempre, unos encantadores y fraternales minutos, unos maravillosos ratitos… Allí, al solecito, aspirando la reconfortante brisa marinera, charlábamos de mil cosas, nos interesábamos mutuamente el uno por el otro –porque nos profesábamos auténtico cariño-, y por nuestras respectivas familias…; comentábamos un poco por encima la actualidad -deportiva, política, económica, etc., así como la actualidad de ‘la peñica’ (ya sabes, Cartagena)-; hablábamos de los amigos comunes y de posible novedades (que si fulanito se había roto una pierna, que si a menganito lo habían ascendido o lo habían destinado a ‘La Graña’, que si el otro había tenido ya su 6º nieto, etc.); nos contábamos también algún chiste o chascarrillo, o alguna anécdota graciosa u ocurrente…; y nos despedíamos muy cordialmente: yo te decía siempre,’¡Que Dios te bendiga, Pepe!’, y tú, siempre muy cariñosamente, me respondías en iguales términos, con un gesto de tu mano parecido a un saludo militar.

    Tú, salías luego lanzado con tu ‘bici’ –tal vez, a departir con otros de tus muchísimos amigos y a impartir tus ‘enseñanzas’-; y yo continuaba con mis tareas ‘recuperatorias’. De verdad, Don Pepe, ¡cuánto he echado de menos aquellos preciosos ratitos…, aquellos, en los que podía ‘saborear’ a tope tu enorme personalidad; en los que podía enriquecerme con tus muchísimos conocimientos, con tus consejos, con tus siempre sabias y positivas palabras o pensamientos; y… ¡en los que disfrutábamos y nos reíamos con ganas de tantas pequeñas cosas! ¡Qué recuerdos tan formidables e inolvidables!

    Y de repente, un día, te nos fuiste. Habías soportado, con absoluta entereza y ofreciendo tus múltiples sufrimientos al Señor, una cruel enfermedad –de esas que…, en ‘la tómbola del mundo’, nos pueden ‘caer’ a cualquiera y en cualquier momento -; y el Señor y tú, de mutuo acuerdo quizás, habíais decidido que había llegado tu hora, que debías incorporarte ya a la casa de Dios, a ese Cielo en el que tantísimo creíste y por el que tantísimo luchaste, siempre con tus ‘armas’: la oración, la humildad, el compromiso, tu impagable sencillez…, ¡el afán por ser útil a los demás hermanos!...

    ¡Qué inmensa –y más que merecida- suerte la tuya, Pepe! Porque, ¡ya estás allí, en el Cielo, junto a Dios! ¡En ese Reino de la Luz y de la Paz, ya para siempre!

    Yo, aun en esta tierra de promisión, y aunque con infinitamente menos méritos que tu, pero anhelando fervientemente llegar allá donde tu estás ahora, quiero hoy expresarte mi agradecimiento más sincero, Pepe. Agradecimiento, por tu fantástico ejemplo como persona y como católico; agradecimiento, por tus enseñanzas, por tus siempre sabias y sensatas palabras o consejos; y agradecimiento, porque, en tu enorme generosidad, me reservaste ‘un huequito’ en el inmenso e incontable grupo de tus amistades. ¿Sabes, Pepe?, yo, siempre, ¡me he sentido enormemente honrado y orgulloso porque me hayas considerado amigo tuyo!... Y emocionado, porque tuvieses a bien, dedicarme esa preciosa y sentida poesía.

    Querido Pepe –o Don José-, ¡siempre te llevaré en mi recuerdo y en mi corazón! Porque, ¡cómo olvidar a un caballero tan grande, tan buenísima persona y tan excelso como tú!...

----

    Se que, desde el Cielo, podrás escuchar o tal vez leer estas breves y sencillas palabras mías –tal vez, demasiado breves o algo torpes, pero escritas, eso si, con el corazón-; y así, podrás atender esta petición que te hago: si allá en el Cielo ‘existen’ los días, cuando te acuerdes, Pepe, cuando tengas un ratito libre, ¡reza un poquito por mí cada día! ¡Pídele a Él que se acuerde de tu esposa, de tu hija y de tu familia –ya me imagino que lo haces con enorme constancia-, y también pídele que se acuerde de todos tus amigos, de todos los que te quisimos, que fuimos –tu ya lo sabes- legión!

    Si allá en el Cielo ‘existen’ los abrazos, y si te llega este breve pero muy sentido mensaje –que estoy seguro de que sí te va a llegar; ya sabes: no vía satélite, sino ‘vía de corazón a corazón’-…, te envío ¡muchos y muy fuertes y entrañables abrazos, Don Pepe!

    Gracias por tu colosal ejemplo, y ¡hasta siempre, amigo!

                                                      Escrito por Raffaello
                                                                   L13.Dic.2010