Aquel blanco velero… /
Aquel blanco velero…
Hoy ya viejo, sí; y lleno además su
casco de rozaduras, de heridas, de cicatrices; sin reparar ni calafatear hace
tiempo; con ‘caracolillo’, y algo abandonado; muchos períodos en el dique seco;
y, cerca ya de su desguace definitivo… Pero entonces, hace ya muchos años,
formidable y rápido velero de esbelta silueta y blanquísimo velamen, lleno de
fuerza y de energía, que se deslizaba surcando las saladas aguas de los mares
elegante, veloz y silencioso…, audaz, repleto de sueños y de limpias ilusiones…
Y
hoy, inmerso en aquellos bellos sueños, rememoraba yo, y ¡casi volvía a
vivirlas!, aquellas bellas singladuras, aquellas delicadas maniobras… Lo mismo
cuando el viento me era favorable, como cuando entrándome de frente, por la
amura de estribor, me obligaba a aproarme a él e ir ciñendo… ¡Tanto navegar y
navegar siempre ilusionado, siempre esperanzado, siempre intentando alcanzar
aquel soñado y anhelado puerto, ¡aquel amor!, que durante tantos años perseguí…!
¡Tantas veces creyendo avistar ya en la
lejanía la ilusionante costa y el ansiado premio!...
El
tiempo, pasa raudo, inexorable…; y es evidente que el nuestro ya pasó. Y que
todo aquello, que pudo ser un maravilloso amor y un felicísimo matrimonio, se truncó,
y se quedó, sencilla y llanamente, en…, ¡nada!, en ¡absolutamente nada! Pero
las vivencias experimentadas, los recuerdos, las alegrías –también los
desengaños, las amarguras, ¡ay!-, ‘viven’ siempre en la mente… Y puede uno recuperarlos; y casi casi, ¡volver a vivirlos!
(¡Qué fantástico este cerebro, estas neuronas que, cual un inmenso ‘hard disck’
o ‘disco duro’, de muchos millones de ‘tera-bits’ sin duda, guardan casi intactos
e indelebles, casi vivos, sin marchitarse, casi inmaculados, ¡tantos
maravillosos recuerdos!...). Dicen, que la vida se vive solamente una vez;
pero, ¿realmente es esto cierto del todo?...
Y hoy, en la playa, sentado sobre la dorada
arena y recostado en mi varado velero, algo ‘aquejado’ y fatigado ya, afluyen a
mi mente ¡tantos preciosos recuerdos!... Es sumamente improbable, que tú, María,
llegues a leer alguna vez todo esto. Pero, además, ¿qué importa? ¿qué más da
ya?... Aquello nuestro pasó; y es obvio que el esquivo tiempo, ¡nunca volverá
ya para nosotros! Pero te contaré hoy, o…, se lo contaré a estas pequeñas y cercanas
olas que rompen dulcemente frente a mí, algunos recuerdos de entonces… De
aquellos tiempos en los que mi corazón…, ¡estaba absoluta e integramente
enamorado de ti!... De aquellos tiempos, en los que –aún a pesar de que tú no
me ‘acompañabas’- me sentí ¡tan absoluta y tan plenamente feliz!
------------
Aquella soleadita mañana –lo recuerdo
diafanamente, como si hubiese sucedido ayer- , bien tempranito, subí a la cota
más alta de la más alta montaña de las que habitualmente, en plan de ejercicio,
solía subir corriendo cada día en Cabo de Palos, en la zona de Cala Bonita, de la
Cala Dorada, del ‘Cocón del lobo’, de
‘la
playa de los lirios’... Y, después de descansar un poquito, y de ‘saborear’
la maravilla del paisaje que desde allí se atisba, y luego de un concienzudo y
detallado estudio
de la orografía cercana, entre dos rocas rodeadas de fragantes flores silvestres, en un lugar de muy difícil y peligroso acceso -para que nadie pudiese descubrirlo y para que nadie se lo llevara ni lo mancillara-, deposité allí con sumo cuidado y enorme ilusión, con absoluto cariño y esmero, una especie de pequeño y sencillo altar que previamente había fabricado, en un bonito recipiente de limpio y transparente cristal con forma de bóveda, que quedó a mi gusto, muy bonito, muy romántico, muy entrañable … En él, estáis
la Virgen Milagrosa –una pequeña imagen suya, que es además fosforescente-, y tú, María, una querida fotografía tuya. Y hay también una oración, una plegaria… Sí, porque ante aquella preciosa Virgen Milagrosa, había dejado depositada mi ilusión más grande, mi mas grande esperanza y… ¡mi sentida y humilde súplica! En ella, le pedía a la Virgen que tú me quisieras alguna vez, que te dieses cuenta de este inmenso y maravilloso amor que te tengo y que -¡ojalá!- algún día correspondieses a él…, ¡haciendo así realidad mi gran sueño!...
de la orografía cercana, entre dos rocas rodeadas de fragantes flores silvestres, en un lugar de muy difícil y peligroso acceso -para que nadie pudiese descubrirlo y para que nadie se lo llevara ni lo mancillara-, deposité allí con sumo cuidado y enorme ilusión, con absoluto cariño y esmero, una especie de pequeño y sencillo altar que previamente había fabricado, en un bonito recipiente de limpio y transparente cristal con forma de bóveda, que quedó a mi gusto, muy bonito, muy romántico, muy entrañable … En él, estáis
la Virgen Milagrosa –una pequeña imagen suya, que es además fosforescente-, y tú, María, una querida fotografía tuya. Y hay también una oración, una plegaria… Sí, porque ante aquella preciosa Virgen Milagrosa, había dejado depositada mi ilusión más grande, mi mas grande esperanza y… ¡mi sentida y humilde súplica! En ella, le pedía a la Virgen que tú me quisieras alguna vez, que te dieses cuenta de este inmenso y maravilloso amor que te tengo y que -¡ojalá!- algún día correspondieses a él…, ¡haciendo así realidad mi gran sueño!...
Estuve allí un buen rato, admirando el
infinito paisaje y recreándome en él, en ese muy pronunciado saliente
geográfico, en ese cabo que tanto viví, que tanto disfruté y amé, y que tanto
representó en mi juventud…, y respirando a fondo aquel aire tan puro de la
montaña, con sabor a tomillo y a romero, disfrutando de aquella felicidad… Y
estuve, sobre todo, arrodillado ante la Virgen y rezando con fe por aquella
intención. Y, luego, mientras yo me alejaba bajando rápido por aquellos
abruptos riscos, allí se quedó, para siempre, ese homenaje, ese sencillo,
humilde y pequeño ‘altar’…
Y aunque yo era -tal vez- muy poco para ti,
María, siempre me esforcé por ser mejor, y siempre albergué la esperanza de que
se produjera esa especie de ‘milagro’… Ese milagro, sí, que ¡te acercase a mí!;
y que así, conociéndome mas a fondo, ¡hubieses podido enamorarte de esta sencilla
persona, de este humilde trovador!... De este trovador, ¡que hubiese dado su
vida por ti! Porque tú, María –eras perfectamente consciente de ello-, eras lo
más importante, lo más grande, lo más precioso, lo que más anhelaba, ¡lo que
más quería y deseaba en el mundo! Y, ¿sabes?, ¡no puedes ni imaginar lo
muchísimo que siempre he soñado contigo!
‘Qué
daría por tener tus caricias cada día… -decía aquella bonita canción-; qué
daría por saber que jamás te perdería, que jamás me dejarías…’
----
Y unos años después, cuando ya eras
‘mayorcita’, estando yo en Madrid, recuerdo que una mañana decidí ir a buscarte
a tu colegio (distante solo unas manzanas de tu domicilio). Tenía la infantil
ilusión de acompañarte desde allí hasta tu casa. Yo daba estos ‘pasos’ con
mucho tiento, con cautela, pensándomelo mucho, porque… de ninguna manera quería
que algún pequeño desliz o error mío, pudiese estropear aquella bellísima
historia de amor y truncar así mi mas querido e incesante anhelo. Me presenté
allí a la hora de la salida del ‘cole’, hacia las 2 menos cuarto, creo
recordar. Entre aquella multitud de chiquillas, tuve la gran suerte de
divisarte de inmediato a ti… ¡Me dio un vuelco el corazón!; estabas
¡preciosísima!, con tu carita de niña y tu uniforme azul de colegiala… Y me
acerqué a ti y te saludé, como siempre, con un beso. Tu gesto fue de sorpresa;
y cuando te dije el motivo de mi presencia allí, te enfadaste y te negaste en
rotundo a que te acompañase hasta tu casa ¡Qué tremenda decepción! Me fui de
allí muy triste y desilusionado, como es lógico. Pero no te dejé, no; porque
desde lejos, a prudencial distancia y sin que tú me vieses, con la mirada, fui
siguiéndote durante muchísimo tiempo, hasta que te perdiste entre los arbustos,
los edificios, la muchedumbre, los semáforos y el tráfico de la gran ciudad...
¿Fue aquello tal vez locura?, ¿juegos de niños?... Es posible. Pero, ¿sabes?,
¡bendita y maravillosa locura la mía!...
Y cuando estudiaba Medicina, en aquel precioso
y prestigioso –auténtica cuna de lumbreras y de ‘sabios’- Colegio Mayor de
Valladolid, en aquella fría pero bonita ciudad castellana, delante del libro de
Patología Quirúrgica, o de Farmacología, o de Anatomía Patológica, o de
Medicina Legal, o de Pediatría, etc., una bonita fotografía tuya presidía
¡siempre! mi mesa de estudio… Porque tú eras mi gran ilusión y mi inspiración,
mi fuerza…, ¡porque tú, me llevabas –fíjate, ¡sin tu saberlo!- como en
volandas!... Y fui sacando adelante la carrera, ¡soñando cada instante con tu
amor! ¡con poder ofrecerte un futuro bonito y atractivo! ¡con poder llegar a
casarme algún día contigo, María!
Y
estando ya en la E.N.M. (Escuela Naval Militar), ¡qué grandísima ilusión!, aquel
radiante día, ¡recibí una carta tuya! ¡Casi no podía creérmelo!... Y, ¿sabes lo
primero que hice?, pues salí volando de mi habitación y me fui a la Capilla
–distante un buen trecho-, a darle gracias al Señor por tu misiva, por tu carta… Sí, porque
aquello era para mí como un rayo de esperanza ¡Qué preciosos recuerdos!
¿Sabes?, otro chico, hubiese quizá podido
superarme en varias facetas, en varias cosas. Pero, en la tremenda ilusión que yo
tenía por ti, y en la rectitud, y en la
grandeza inmensa de mi amor por ti, chiquilla…, ¡nadie! ¡nadie, te lo aseguro,
hubiese podido superarme, ni tan siquiera igualarme!
----
Y bien, podría contarte mil íntimos y
preciosos recuerdos más…
Pero, solo te diré que por haber logrado
que fueses mía, por haber logrado compartir la vida contigo, yo hubiese hecho
¡cualquier cosa por tí, María! Y, no se cómo, pero…, hubiese ido ‘volando’
hasta aquella lejanísima y brillantísima estrella del amanecer que tanto te
gustaba y te inspiraba, para traértela como una pequeña ofrenda y depositarla
suavemente en tus frágiles, delicadas y preciosas manos… O hubiese buceado al
límite, para conquistarte aquella
gruta de maravilloso coral que tú siempre dibujabas con esmero… O habría escrito para ti, un ‘Romance para Violín y Orquesta’; si al estilo de los preciosísimos de Beethoven, pero este, ¡más bonito aun! ¡estoy seguro!… O, ¡hubiese dado por ti, media vida mía!… ‘Si quieres toda la sangre de mis venas, los ríos de mis pulsos, yo ¡me abriré en canal!’ (¿recuerdas aquella canción de nuestra época?)…
gruta de maravilloso coral que tú siempre dibujabas con esmero… O habría escrito para ti, un ‘Romance para Violín y Orquesta’; si al estilo de los preciosísimos de Beethoven, pero este, ¡más bonito aun! ¡estoy seguro!… O, ¡hubiese dado por ti, media vida mía!… ‘Si quieres toda la sangre de mis venas, los ríos de mis pulsos, yo ¡me abriré en canal!’ (¿recuerdas aquella canción de nuestra época?)…
La vida, ya sabes, pasa muy raudo, sin apenas darnos cuenta… Y solo nos
está permitido volver al pasado, mediante el recuerdo. Siempre, anhelante, yo
te estuve esperando, durante ¡tantísimo tiempo!... Pero a pesar de mi muy noble
y precioso amor por ti, y aunque lo intenté de mil maneras, y de que fui
enormemente paciente, prudente, respetuoso, educado, generoso y galante
contigo, y puse el máximo interés y empeño por ‘encontrarte’ y por acercarme a
ti, nunca me fue posible conseguir que me conocieses un poquito más, y no me
fue posible llegar hasta tu corazón… Y así, lamentablemente, ¡no fui capaz de
ilusionarte y…, ¡de enamorarte!
Tú,
María, eras la Reina en aquel gran ajedrez de la vida. Y tú conocías de sobra
mi tremenda ilusión y mi precioso y limpio amor por ti… Yo moví, creo que con maestría y con precisión, con perfecta
estrategia, mis torres, mis alfiles, mis peones y mis caballos tratando de conquistar
a la Reina, ¡de conquistarte a ti!…Pero no, no fue suficiente. Porque tú, que tal
vez tenías la mente en otro lugar, y que no supiste apreciar y valorar la perseverante
lucha de aquel enamoradísimo y noble caballero por conquistar a ‘la dama’, por
conquistar a la Reina, ¡por con
quistarte a ti, María!, observabas entre distante y casi indiferente la partida, la situación; y de repente, sorpresivamente, decidiste ‘enrocarte’ para siempre… (Y me excuso ante los ajedrecistas por esta frase; porque en ajedrez, ya se sabe, el único que puede ‘enrocarse’ es el Rey). ¡Adiós, también para siempre, a mis sueños!... En aquella ‘jugada’ tuya, ¿sabes, María?, sin duda alguna, ¡yo perdí una parte muy importante de mis ilusiones y de mi vida!
quistarte a ti, María!, observabas entre distante y casi indiferente la partida, la situación; y de repente, sorpresivamente, decidiste ‘enrocarte’ para siempre… (Y me excuso ante los ajedrecistas por esta frase; porque en ajedrez, ya se sabe, el único que puede ‘enrocarse’ es el Rey). ¡Adiós, también para siempre, a mis sueños!... En aquella ‘jugada’ tuya, ¿sabes, María?, sin duda alguna, ¡yo perdí una parte muy importante de mis ilusiones y de mi vida!
Pero en fin, ahora ya todo ha pasado… Solo
quedan los bellísimos recuerdos; las añoranzas; las nostalgias… Sí, de aquello
que pudo haber sido, pero que desgraciadamente –para mí al menos- ¡no fue!… Y
vienen a mi memoria, aquella preciosa poesía, aquellos preciosos versos: ‘Pero
aquellas (golondrinas) cuyo vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al
contemplar…, aquellas que aprendieron nuestros nombres, esas… ¡no volverán!’
------
Hace años que no subo a aquella alta montaña,
porque mis ya fatigadas y maltrechas piernas no me permiten tal ‘hazaña’. Pero,
me imagino, me ilusiona pensar que, a pesar de las lluvias torrenciales, de los
a veces huracanados vientos, de las ruidosas tormentas y rayos, de las pequeñas
alimañas que por allí habitan y del
mucho tiempo transcurrido, ese pequeño, humilde y muy sencillo ‘altar’ sigue estando allí, en el mismo sitio en que yo lo coloqué, en el mismo escarpado, bonito y romántico lugar, rodeado de riscos, de multicolores flores silvestres, de aire limpio y
y … ¡en lo más alto de la mas alta montaña! ¡dominando todo en derredor!… Mirando hacia el Este, ya sabes. Y, ¡un poquito más cerca del cielo! Y aunque ya, aquella concreta súplica no tiene sentido ni razón de ser, todo ello sigue siendo como un renovado y muy vivo recuerdo, como un homenaje a ti, María. Porque tú, ¡sigues viviendo en mi mente!
mucho tiempo transcurrido, ese pequeño, humilde y muy sencillo ‘altar’ sigue estando allí, en el mismo sitio en que yo lo coloqué, en el mismo escarpado, bonito y romántico lugar, rodeado de riscos, de multicolores flores silvestres, de aire limpio y
y … ¡en lo más alto de la mas alta montaña! ¡dominando todo en derredor!… Mirando hacia el Este, ya sabes. Y, ¡un poquito más cerca del cielo! Y aunque ya, aquella concreta súplica no tiene sentido ni razón de ser, todo ello sigue siendo como un renovado y muy vivo recuerdo, como un homenaje a ti, María. Porque tú, ¡sigues viviendo en mi mente!
Solo deseo, María, que de todo lo bueno que
yo siempre he deseado para ti, de la manera tan galante como siempre te he
tratado, de todo lo bueno que yo siempre te he dado…, algo de todo ello te haya
quedado; algo hayas conservado; algo haya contribuido -¡ojalá!- a tu felicidad…
Tal vez, algún consejo, algún recuerdo, alguna broma…; tal vez aquel precioso
ramo de gardenias que un día de tu ‘cumple’ te regalé; quizás alguna canción de
las que te dedicaba con mi laúd; tal vez algún bonito pensamiento…
----
Hay muchas clases de penas en la vida,
todas ellas difíciles de sobrellevar, de soportar y de sufrir…; todas ellas
difíciles de olvidar y aun menos de superar… Pero, las penas de amor, esas…,
¡esas sí que son penas!
Y no quisiera irme de este mundo, sin saber
que, a tu manera, María, tú también en ciertas etapas de tu vida, en algunos momentos
quizás, me quisiste también un poquito… No quisiera irme, sin saber que soñaste
conmigo alguna vez, que alguna vez estuviste ilusionada conmigo…; sin saber que
no fuiste del todo indiferente y ajena a aquel maravilloso amor que sentí por
ti… Aquel amor que, ciertamente, marcó mi vida para siempre…
------------
¡Que hayas sido y que sigas siendo muy muy
feliz, María! Porque, ¡es esto en definitiva, lo que siempre deseé y sigo
deseando para ti!... Que tú fueses siempre ¡inmensamente feliz! Conmigo, o… con
otra persona.
¡Estuve enamoradísimo de ti!... ¡Te quise
con todo mi corazón, con toda mi alma!... ¡Te ‘esperé’ durante muchos años!... Y estoy
absolutamente seguro, de que hubieses sido ¡plenamente feliz a mi lado!... Pero
aquello, no pudo ser. Son cosas de la vida… Y así hay que aceptarlas y
asumirlas.
Al fin y al cabo, es Dios en definitiva, es
el Señor, el que lleva nuestras vidas. Y ya sabes lo que Él dice: ‘Vuestros
caminos, no son mis caminos; mis planes, no son vuestros planes’. Sí, es Él, el
que diseña, marca, conoce y decide nuestros aconteceres, nuestra existencia, nuestras
vidas… Y todo –aunque a veces, en nuestra pequeñez y torpeza, no lo
comprendamos así-, ¡todo!, Él lo hace por nuestro bien, pensando unicamente en
nuestra felicidad. Porque, ¿recuerdas?, ¡Él nos creó para que fuésemos siempre felices!
¡Que Dios te cuide y te bendiga cada
instante, preciosa y queridísima chiquilla!
Raffaello
Agosto. 2013
Agosto. 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario