lunes, 8 de octubre de 2012

67 escalones.-  /
Aquella soleadita y plácida mañana de Agosto, bajé como cada día a la recoleta cala que se encontraba bajo mi apartamento, situado este en una escarpada zona de la costa mediterránea. Ese día, había bajado solo. Era muy temprano, y la cala estaba prácticamente sin gente aún. Entre pequeños riscos, aquella playa de finas y redondeadas piedrecitas, ofrecía un baño extraordinario. Y aquella mañana, tenía yo ganas de ‘descubrir mundos’…De manera que, coloqué en mi muñeca la brújula, me ‘calcé’ mis aletas de buceador, enganché en el cinto mi linterna, me puse mis gafas y mi tubo de respirar y… ¡al agua, patos!
Impresionaba, lo limpia y cristalina que estaba el agua… A diestra y siniestra, podía ver y admirar cantidad de corales, de erizos, alguna que otra medusa, alguna morena con su mirada fría, fija y amenazadora, algún pulpo ‘ojo avizor’, y también pequeños meros enrocados en sus guaridas y, sobre todo, una multitud de multicolores pececillos jugueteando con las anémonas, con las algas, metiéndose entre los rojos y vistosísimos corales… El agua, estaba deliciosa y, todo aquello, ¡era un auténtico regalo para la vista! Me sentía, ¡enormemente feliz! Y buceando, bordeando las sumergidas rocas, llegué a… ‘mi gruta’: era de escaso diámetro, con cantidad de salientes y, aunque con diversos resplandores internos, era obscura, como misteriosa…, e inspiraba cierto temor; pero resultaba seductora como una bella mujer.Siempre me había subyugado; pero nunca me había atrevido a adentrarme en ella, le tenía mucho respeto; y, ‘¿tendría alguna otra salida?’, me preguntaba siempre.

Y aquella mañana, no pude resistirme al hechizo, al embrujo, a la tentación…; me sentía aventurero, e intrépido…, y sigilosamente, con muchísimas precauciones, fui adentrándome en ella, e iba alumbrando sus paredes y el fondo con mi linterna, ¡toda ella era una preciosidad! ¡algo en verdad muy bello!... Pero, cuando más extasiado y absorto estaba en su belleza, comencé a notar que empezaba a faltarme el aire, que se me acababa el tiempo de apnea…; y busqué, ya con prisas y algo nervioso, alguna otra salida; pero, al no encontrarla, opté por volver hacia donde había entrado. Al revolverme allí dentro, me quedé atrapado en un saliente rocoso -¿fue el bañador? ¿fueron las aletas?.... ¡lo que me faltaba!-. No podía aguantar más sin respirar; no conseguía liberarme de aquello que me atrapaba; me angustiaba por momentos…; y de repente, perdí las referencias, empecé a verlo todo extrañamente obscuro…, entré como en un profundo sueño, y solo allá, al fondo, me parecía divisar como una luz muy muy potente…

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Fui testigo entonces de una extrañísima escena: yo, parece ser, estaba sin vida, y yacía sobre la orilla de la playa; y a mi alrededor, varias personas trataban de reanimarme: unos rítmicos empujones en la zona precordial, el típico boca a boca…; pronto, apareció un pequeño helicóptero y de él bajaron dos personas más: ahora, me pusieron una mascarilla con oxígeno y me inyectaron algo intravenoso… Pero yo, al mismo tiempo (¡!), como ‘flotando’ sobre todo aquello, observaba a aquel sujeto sin vida y aquellas maniobras, como si no fuese conmigo la cosa, como si fuese ajeno a todo ello, como si yo estuviese ‘en otra dimensión’…

Y de repente, pude escuchar cómo latía mi corazón; y sentí cómo una máquina insuflaba aire y expandía mis pulmones, haciéndolos así ‘respirar’… Pude abrir algo los ojos; y en aquella medio penumbra, constaté que estaba encamado y que tenia puestas cánulas, sondas, electrodos, cables…, y que a mi alrededor, había una serie de perchas con bolsas llenas de líquidos, así como máquinas, monitores, cardioscopios, bombas de infusión, múltiples lucecitas… ‘No cabía la menor duda –me dije-: estaba en un 'box' de una UVI’. Entró entonces una joven enfermera rubita, que se me antojó como un ángel, y que me miró a los ojos mientras me decía dulcemente ‘¡buenos días!; ¿cómo se encuentra?'. Yo no pude contestarle; no podía hablar, porque estaba intubado; pero, esbocé como pude algo que quiso parecerse a una sonrisa, y… hubiese deseado besarla, para convencerme de si todo aquello era realidad o… ¡era solamente un sueño!

Mas tarde, fui enterandome de todo lo que había ocurrido. Habían sido los tripulantes de una pequeña embarcación los que, ¡por segundos y por puro milagro!, habían podido sacarme, rescatarme de aquella gruta; luego, avisaron al Servicio de Emergencias… Los doctores, me informaron que allá en la gruta, y debido a una parada cardíaca, mi cerebro se había dañado seriamente por falta de oxígeno; y que, debido a todo ello, me había quedado ¡hemiplégico!…

No puedo recordar cuántos días estuve en aquella UVI. Y luego, cuando me dieron de alta, fui muchos meses a rehabilitación. Y conseguí empezar a andar, con la inestimable ayuda de un bastón. Y ahora, aunque mi vida era bien distinta, me sentía animoso y esperanzado; y empezaba a ‘saborear’ todo bajo otro prisma… Disfrutaba a tope con cualquier pequeño acontecimiento: escuchar el alegre trino de los pajarillos; los juegos y el murmullo del agua de aquella cercana fuente; el susurro de las hojas de los árboles mecidos por la brisa; o aquellos preciosos atardeceres con sus llenas de colorido puestas de sol… Todo aquello que antes de mi accidente se me pasaba casi inadvertido, ahora atesoraba para mí un valor y un significado extraordinarios; y representaba como un imponente y fantástico espectáculo, un auténtico regalo. Yo, le daba cada instante ¡mil gracias al Señor!..., porque ¡estaba vivo!, y porque ¡podía disfrutar de tanta maravilla! Y por momentos, me sentía más y más cerca de Él, más seguro, más identificado con Él…

¡Ay!, si fuese posible que aprendiésemos a vivir un poquito menos como humanos y un poquito más como ángeles… ¡Cuantísimas penas o tragedias, iríamos dejando atrás, en el olvido, en la cuneta de nuestro caminar por la vida!
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Y un buen día, después de muchos meses, ¡al fin!, me atreví a bajar de nuevo a la cala. Las mismas piedrecitas, los mismos pececillos de colores, los asustadizos pulpos, las anémonas, y…, aquella gruta –seductora como una bella mujer-, que seguía fascinándome (Pero, nó; ¡no volvería a cometer la locura de adentrarme en ella!).

 El baño, fue refrescante, formidable, delicioso... Pero luego, había que subir hasta el apartamento; y yo, por mi deficiente condición física, tenía que ir subiendo los escalones despacito y ayudándome con mi bastón… Y en una de aquellas indispensables ‘paradinhas’, una de mis hijas que me acompañaban, una de las más pequeñicas, con esa candidez típica de una criatura de esa edad, se me quedó mirando fijamente y me preguntó de sopetón: ‘oye papá, y si para llegar a nuestro apartamento tenemos que subir estos 67 enormes escalones (ellas, los habían contado
cantidad de veces, porque casi les obsesionaban), ¿cómo serán de grandísimos y cuantísimos escalones tendremos que subir para llegar hasta el Cielo?’… Me emocionó; y me hizo meditar aquello ¡Qué maravilla la simpleza y la inocencia de las niñas!... Y traté entonces de explicarles a mis hijas que…, bueno, que no serían exactamente escalones grandísimos, ‘como estos o más’…, sino que serían mas bien como sencillas pruebas o normas, que deberíamos ir aplicando a nuestras vidas y que deberíamos ir cumpliendo y superando con amor, con entereza y con diligencia cada día… Les dije, que al final de este camino, Dios, con absoluta benevolencia, nos ‘examinaría’ sobre cómo había sido nuestra vida; sobre cómo habíamos aprovechado las aptitudes y los ‘talentos’ que Él nos dío; sobre si habíamos tratado con respeto, con consideración y con cariño a otras personas, y si habíamos tratado siempre de ayudarlas y de compartir con ellas lo nuestro; y, sobre todo, nos preguntaría sobre cuánto amor habíamos dado a los demás en nuestro caminar… Les dije, que tenían que estar ¡siempre! muy cerca del Señor, porque jamás encontrarían un Amor como el suyo; y porque era Él el que quería lo mejor para ellas y el que llevaba sus vidas… Que yo las quería con locura, con toda mi alma…, y que siempre estuve dispuestísimo a dar mi vida por ellas, pero…, que este amor mío, ¡no podía de ninguna manera compararse con el infinito y maravilloso Amor de Dios!... Ellas, muy atentas en todo momento a lo que yo les decía, parece que habían comprendido y asimilado mis palabras; y reaccionaron, abrazándose a mí con fuerza y dándome unos prolongados, cálidos y ‘apretujados’ abrazos y besos, que agradecí enormemente ¡Qué chiquillas tan maravillosas! ¡Y qué momento aquel tan inolvidable!


Y, reanudada la marcha, llegamos al apartamento después de subir… los 67 escalones. Yo –cada instante pensaba lo mismo-, estoy algo ‘roto’; pero…, esto es lo que hay, ¡esta, y no otra, es ahora mi vida! Y aún puedo dar mucho de mí a mis hijas, y a otras personas: ayudarlas, ilusionarlas, aumentar en éllas su fé y su esperanza... Y me queda además por delante, la crucial, la más importante ‘aventura’ en este mundo para cualquier ser humano, la única razón por la que habrá merecido la pena esta existencia: ¡saber vivir muy cerca del Señor; saber sacrificarse por Él y…, por los demás; evitar hacer ningun daño ¡a nadie!; saber luchar cada día por todo ello y estar en paz con todos… Saber ‘subir’, saber 'escalar', saber alcanzarlo, ¡saber llegar hasta ese maravilloso y anhelado Cielo que Dios nos tiene prometido!...



                              Escrito por Raffaello

                                           10.Ene.2009







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