martes, 19 de julio de 2011

Carta a una novicia.
 /
y querida Hermana Alegría:
    Muy querida Ruth, muy querida Hermana Alegría:
no se si sabré expresar en esta carta, todo lo que desearía decirte..., todo aquello que en estos momentos, bulle en mi mente y ¡en mi corazón!
    ----
    Yo escribía en mi ‘blog’ algunos articulitos; e intentaba transmitir en ellos un mensaje, que era siempre de paz, de amor, de fe, de esperanza… Pretendía, la maravilla de conseguir, hacer algún bien a alguna persona… Me llegaban ‘comentarios’ alentadores, en sintonía con lo que yo expresaba; y entre ellos, en especial tú Ruth y mi hija Miryam –las dos os parecéis ¡en tantas cosas!-, expresábais siempre conceptos realmente poéticos, trascendentes, con una enorme sensibilidad y ¡preciosos!... Y todo ello me hacía pensar, que tal vez  lo que tantísima ilusión me hacía, no era una simple quimera, una utopía, sino que…, podía llegar a ser una maravillosa realidad. Sí, poder ser útil, poder ayudar a alguien, fortaleciendo su esperanza, su autoestima, su alegría, su fe en Dios…
    Tus 'comentarios', mis modestos artículos, la intermediación de Miryam y, por supuesto, la voluntad de Dios, fueron pues los 'cimientos' de nuestra muy bonita y sincera amistad.
   Tú eras –y sigues siendo- una gran amiga de Miryam, mi hija pequeña. Y en una de las ocasiones en las que te acercaste a Cartagena (la ciudad en la que resido), tuviste la gentileza de aparecer por mi casa, junto con mi hija, para que nos conociésemos.
   Y he de decirte que ya en aquel primer encuentro nuestro, sentí algo especial dentro de mi… Porque advertí en ti, a una jovencita muy guapa y muy comunicativa; muy alegre y ocurrente, natural, graciosa y espontánea; y, sobre todo, a pesar de tu corta edad, muy formada y muy hecha espiritualmente, y con unas ideas francamente profundas y muy bonitas… Sí, podríamos decir que… me impactaste. Y muy positivamente.
    ----
    Pasaron unos meses. Nos habíamos comunicado bastantes veces por e-mail; y siempre encontraba en tus respuestas a mis mensajes, palabras de amistad, de comprensión, de cariño,  de solidaridad, de esperanza… Supe entonces por Miryam, que habías tomado la decisión de entrar en un Convento de Religiosas de Clausura -en la imagen de la izquierda-. Por cierto, en un muy bonito, aunque frío y distante lugar de aquí: en La Aguilera , cerca de Aranda de Duero (Burgos).
   Y algún tiempo después, volviste de nuevo a esta ciudad. Venías a estar unas horas con tu queridísima amiga Miryam. Y nuevamente, como en aquella otra ocasión, tuviste el detallazo y la gentileza de buscar un ratito para venir a mi casa a saludarme. De verdad, Ruth, no te puedes ni imaginar ¡cuantísimo te lo agradecí! Porque, ¿sabes?, yo ¡también deseaba volver a verte!, ¡tenía como… necesidad de verte!... Y esta vez, me impresionaron tu cercanía, tu cariño, tu sinceridad… y, sobre todo, ese inequívoco amor que demostrabas hacia el Señor, esa tremenda ilusión por entrar en el Convento, esa inmensa alegría que brotaba de ti y que te inundaba y te ‘iluminaba’, por ofrecer, por entregar tu ser, tu vida entera, a Dios.
   ¡Qué maravilla, chiquilla preciosa! Tan jovencita y decidirte ya a ofrecerle a Dios, ¡toda tu existencia!... ¡Qué inmensa generosidad y qué grandísimo amor por Jesús el tuyo, Ruth!... Y es que –pienso yo-, cuando uno siente en lo más hondo de su corazón la inequívoca llamada del Señor… ¡Ah!, entonces, todo tiene que ser aceptación jubilosa, disponibilidad, inmediatez, alegría…, ¡todo es deseo de acercarse ¡ya! a Él y de servirle en exclusiva para siempre!... El Señor te llama, y… ¡no puede haber nada tan maravilloso en el mundo!, ¿verdad, Ruth?
   Aquella tarde, bajé a despedirte hasta la calle… Por unos instantes, pensé con tristeza que nunca más volvería a verte… Nos dimos un fuerte, entrañable y emocionado abrazo… Y recuerdo perfectamente que, mirándote a los ojos, te dije: ‘¡Dichosa tú, Ruth, porque has creído!’.
    ----
   Ahora, cuando escribo estas líneas –más con el corazón que con la mente-, no hace aún ni 24 horas que ya has ingresado como religiosa en tu precioso Convento. Miryam, ha ido hasta allá para compartir contigo esos maravillosos momentos de tu ingreso en las Hermanas de ‘Iesu Communio’ (Yo, no pude ir al fin. Y no sabes, ¡cuantísimo lo he sentido!). Y me ha contado, que estabas guapísima con los hábitos, de monja –‘¡más guapa que nunca, papá!’, me decía- y… como ‘resplandeciente’; y que toda la ceremonia había sido preciosa y emocionantísima; y…, que no había parado de llorar… De llorar de emoción y ¡de alegría!, al verte a ti, Ruth, ¡tan radiante, tan inmensamente, tan definitivamente feliz!

   Sí, me imagino, ¡lo felicísima que eres, ya en tu querido Convento (a la derecha, una muy preciosa imagen de la Virgen, presente en el altar del convento) ; con tu muy joven corazón radiante y repleto de ilusiones; rodeada de tantísimas Hermanas que seguro que te quieren de verdad, que se van a volcar contigo, y que van a hacerte aún más feliz!
    Aunque tú, Ruth…, me da la impresión de que estás tan segurísima y tan convencidísima del paso que has dado que, casi casi no necesitas a nadie más para ser feliz… Te basta, con tu inquebrantable amor al Señor; te basta con la certeza de que ahora estás muy muy cerca de Él…; con la absoluta convicción de que Él te quiere… Y, con el ferviente deseo, de ofrecerle a Él y de dedicarle tu vida entera…


    Una vida si, en la que deberás dejar atrás muchas cosas conocidas y adaptarte a otra vida muy diferente: de ajustados  horarios, de disciplina, de pequeños sacrificios, de maitines y de laudes, de cánticos religiosos…, de muchas horas de gozosa adoración y de fervorosas oraciones en la capilla ante la Virgen, ante el Señor... Y, junto a todo esto -hecho, sin duda, con el cotidiano afán de servir y de alabar al Señor, con renovados ánimos cada día, con infinito amor y con gran sencillez por el conjunto de la Comunidad de Hermanas-, tambien habrá muchos ratos de sano esparcimiento o 'divertimento', de charlar animadamente, de gastar bromas, de tocar la guitarra, de cantar y de reir con ganas..., asi como de aprender repostería, hacer bordados, cuidar el pequeño huertecito, etc. Y todo ello, lleva inequivocamente a una vida sencilla, armoniosa y equilibrada, en un ambiente de extraordinario compañerismo y confraternización… ¡Una vida desbordante de dicha, de ilusión y de sana alegría, de serenidad, de enriquecimiento espiritual…, acompañado todo ello por una maravillosa paz interior y una inefable felicidad! ¡Una vida que se engrandece y se magnifica cada día, a cada instante, porque es una vida de entrega absoluta por amor al Señor!
   Y, ¿sabes, Ruth? me impacta y me impresiona profundamente –y te lo digo con absoluta sinceridad-, que hayas decidido renunciar a tantísimas cosas -a tu familia, a tu casa, a tus amistades, a una vida tal vez más cómoda, a tu ciudad, etc., etc.-, para atender ¡ya! a esa íntima llamada de Dios. Aunque comprendo perfectisimamente, que si has renunciado a mucho, ha sido sencillamente, nada mas y nada menos que... ¡para ganarlo todo!  ¡Sí, dichosa tú, porque has creído!
    ----
   He pensado mucho en tu decisión, en tu generosidad… Y todo ello, te lo aseguro, me ha hecho meditar en profundidad… Porque me ha zarandeado, me ha ‘removido’ por dentro… Creo que todo ello, va a hacerme un enorme bien, inmediato y perdurable. Y así, ¡quiero intentar vivamente ser cada día mejor para Él! Y si todo esto que ahora siento, se afianza y se fortalece como deseo y espero, tú, Hermana Alegría, ¡habrás tenido mucho que ver con ello!
   Te pedí, Ruth, la última vez que nos vimos -y te lo vuelvo a pedir ahora-, que te acordaras de mí alguna vez; y que, cuando tuvieses un ratito, ¡rezaras por mí! Yo, ¿sabes?, desde hace tiempo, ya rezo por ti todas las noches.
   Y nada más.
   Que el Señor te guíe, te cuide, te proteja y te bendiga ¡cada instante de tu vida!
   Y no te digo que seas muy feliz, porque… ¡sé que ya lo eres! Y lo eres, además, con esa plenitud que solo puede conseguirse y ‘saborearse’ cuando se está, como tú lo estás, tan cerca del Señor y tan entregada a Él
   El Señor te llamó. Y tú, Ruth, diligente, absolutamente generosa y sin dudarlo un solo instante, respondiste con un ‘¡Hágase en mí Tu voluntad, Señor!’…
   En verdad, has elegido el camino más directo y más seguro; y uno de los mas perfectos. Y de esta manera, con enorme sencillez y humildad, casi casi 'de puntillas', has sabido hacer realidad tu gran sueño, tu gran ilusión, tu más grande anhelo: ¡consagrar tu vida a Dios!
   ¡Mi más sincera enhorabuena por todo ello, muy querida Hermana Alegría! Y…, ¡hasta siempre!

                                                    Escrito por Raffaello
                                                                D03.07.2011

No hay comentarios: