martes, 31 de marzo de 2015

Confusión.- /

    Creo que es mi deber, al comenzar a escribir estas breves líneas, reconocer que no estoy muy versado en las palabras y los términos, ni tal vez en los conceptos con los que se expresan abogados, jueces, magistrados, etc. Pero, hasta hace muy poco, creí que sí sabía establecer
perfectamente la diferencia que existe entre un homicidio y un asesinato. Y es esta: que en un homicidio, el agresor –digámoslo así- no tiene intención alguna de provocar la muerte al agredido (aunque la tal agresión pudiese resultar posteriormente en muerte); mientras que, por el contrario, en el asesinato si hay una  clarísima intención y deseo de provocar mediante esa agresión -sea esta de la índole que sea-, la muerte de la persona agredida.
    Pero, últimamente, me llaman poderosamente la atención y casi me producen cierto ‘aturdimiento’, los términos que se emplean en muchos y diferentes casos, precisamente por los abogados, los jueces, etc., y que salen a la luz en los diversos medios de comunicación. Y así, se habla o escribe de 'intento de homicidio', de ‘homicidio involuntario’, o también de ‘homicidio imprudente’. Y yo, sinceramente, veo estos términos, esta terminología, como equívoca, que ‘mezcla’ los conceptos, que crea una cierta confusión…, la veo casi casi como absurda, aberrante (Y que me disculpen los abogados, los jueces…, todos aquellos que saben muchísimo más que yo de esto ).
    En la época en que yo estudiaba Medicina en Valladolid, recuerdo haber presenciado un caso, que definiría clarísimamente lo que es un homicidio. En la calle principal y más concurrida de la ciudad castellana, la calle Santiago, paseaba por una acera un matrimonio y, ‘a rumbo encontrado’ –como se
expresan los marinos- y por la misma acera, iban un par de jóvenes, de hombres. Unos metros antes de cruzarse, uno de aquellos jóvenes, dedicó un piropo a la señora (pero, ignoro lo que le pudo decir; tal vez fuese una bonita galantería o, quizás, fuese una grosería; no lo se); y el marido, molesto y enfurecido, le propinó un fuerte puñetazo en la cara al joven; este, cayó hacia atrás fulminado y, con tan mala suerte, que en su caída se golpeó con el bordillo de la acera en la base del cráneo. No recuerdo mucho más, por la algarabía que se originó; pero si se –porque lo leí en algún  periódico al día siguiente- que aquel joven falleció. Eso fue, no cabe duda, un homicidio. Porque aquel ofendido y molesto marido, al darle aquel tremendo puñetazo en la cara, ni tuvo intención de matarlo, ni jamás pasaría por su cabeza semejante desenlace fatal. 
Pongamos ahora, p.e., el caso del típico asesinato por ‘violencia de género’ –que, vergonzosa y lamentabilísimamente, tanto se prodiga en nuestra España (y en otros muchos lugares del mundo)-; aquel hombre que rodea el cuello de su pareja, y aprieta la soga hasta estrangularla y matarla; o aquel otro que la empuja por el balcón de un 8º piso y despeña a su pareja o ex mujer; o el del que le asesta 16 puñaladas, en el tórax, en el vientre, en la cara…, hasta contemplarla muerta… ¡Ah!, estos –y otras muchísimas ‘variedades’- sí que son, sin ninguna duda, flagrantes –y viles y repugnantes, añadiría yo- asesinatos. Y, ¿no les parece, amigas y amigos lectores, que existe una clarísima y evidentísima diferencia entre lo que es un homicidio y lo que es un asesinato?...
De manera que, como comentaba al comienzo, me asombra eso de ‘homicidio involuntario’, o de ‘homicidio imprudente’. Yo entiendo que –como en el caso que he citado de Valladolid-, el que da un par de puñetazos en la cara a otra persona no tiene en absoluto la intención de matarla, ¡es evidentísimo!; mientras que el que le pone una soga al cuello a su pareja hasta estrangularla, desde luego, ni aquello es una broma ni pretende ser precisamente una caricia, ¿no les parece?; si, es un asesinato en toda regla.
Por todo ello, si los conceptos son tan claros y diferenciados, ¿a qué vienen estos embrollos, estos juegos de palabras de ahora?... ¿Es que, acaso, hay algún homicidio que se pueda calificar o catalogar como ‘prudente’?... Y en absolutamente todos los homicidios hay una voluntad o voluntariedad de hacer daño, ¡claro que sí!; pero, insisto de nuevo en ello: no hay jamás la intención o la voluntad de causar la muerte a la persona agredida. Y si es que la hubiese, entonces ese presunto ‘homicidio’ ya…, no lo es, porque se convierte automáticamente en asesinato. Los homicidios -si es que, como su nombre indica han acabado en fallecimiento-, siempre son involuntarios.
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En el caso, p.e., de la recientísima y terrible tragedia de ese Airbús-320, de las líneas alemanas de ‘Germanwings’, que se estrelló –hace unos pocos días- en plenos Alpes franceses, algunos periodistas
lo han calificado ya –muy prematuro me parece- como ‘homicidio imprudente’; y han culpado, también muy prematuramente, al copiloto Andreas Lubitz, quien –por las circunstancias que fueren, que esto ni viene al caso, ni quita o añade culpabilidad- habría estrellado la aeronave voluntariamente contra las altísimas montañas.

Insisto, que estos ‘juicios’ me parecen muy prematuros. Sobre todo, porque aún no se ha encontrado la 2ª ‘caja negra del avión’, la que recopila y deja grabados todos los datos y los detalles técnicos ocurridos durante el vuelo, y
sus posibles vicisitudes –deficiencias, averías, fallos, etc.- de la muy compleja estructura del avión. Se argumenta para ‘condenar’ a Lubitz, que si estaba enfermo y –en el momento del fatídico vuelo- de baja médica, que si tomada psicofármacos, que si era de carácter depresivo, que si había tenido en su juventud ‘tendencias suicidas’, que si lo había abandonado su novia, que si tenía problemas en la vista, etc. Y todo ello, hace pensar que, efectivamente
fue él el que voluntariamente, estrelló la aeronave. Pero lo que es incuestionable es, que si no se llega a encontrar la 2ª ‘caja negra’, y con los datos obtenidos se puedan descartar categóricamente otras posibles hipótesis, nunca podrá tenerse la certeza absoluta de la culpabilidad del joven copiloto. Y además, claro, al ser absolutamente imposible ‘meterse’ en el cerebro de Andreas, jamás sabrá nadie que fue todo aquello que pasó por su mente en aquellos últimos minutos del vuelo y lo que le llevó a tan fatal decisión.
Pero, si es que al final queda demostrado fehacientemente que fue efectivamente el copiloto Andreas quien estrelló voluntariamente la nave, a sabiendas además que llevaba a bordo otras 149 personas, ocasionando así, además de la suya, la muerte de esas 149 personas…, bueno, eso yo lo calificaría como un crimen, o un asesinato masivo; además, claro, de un suicidio.
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Bien; y termino. Tal vez –aunque no lo creo así-, yo esté completamente equivocado en mis comentarios  y/o en mis apreciaciones. Pero, estamos en un país en donde hay ‘libertad de expresión’, ¿no es así? Pues, yo me he limitado a expresar mi opinión; así de sencillo. Y si es que he molestado a alguien, le pido que me disculpe.
                                         Escrito por Raffaello

                                      el L30 de Marzo de 2015

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