miércoles, 16 de julio de 2014

  Engañar al tiempo.- /

    En el organismo humano, las neuronas son las células que más oxigeno necesitan –una 5ª parte del total-, y consumen cantidad de glucosa y de aminoácidos esenciales (‘Son como una caldera, que consume oxígeno y glucosa’). Cuando el sistema respiratorio tiene una función deficitaria o nula, el corazón al recibir una sangre muy poco oxigenada, no puede ‘alimentar’ adecuadamente a las neuronas;  y estas, toleran muy mal la hipoxia y la anoxia cerebral. ¡El tiempo cuenta!, y si no se han iniciado rápidamente las adecuadas maniobras de resucitación, comienza un grave y progresivo deterioro neuronal que, en unos 8 o 10 minutos, conduce a la muerte cerebral, con electroencefalograma ‘plano’ (isoeléctrico), considerándose que la persona está clínicamente muerta.  Pero es curioso consignar, que muere… solo una parte de nuestro organismo, ya que hay millones de células que permanecen aún vivas por un tiempo (Y esto se demuestra cuando, p.e., se mantiene un cadáver frigorizado en una ‘morgue’: a los 2 o 3 días, podemos comprobar cómo tanto las uñas como el cabello han crecido algo).  Y existe aún otra posibilidad: tal vez el espíritu continúe viviendo, conociendo y sintiendo, gozando y padeciendo de otra naturaleza, distinta a la actual pero tan real como ella.
    Trataremos en este muy breve comentario de dos conceptos, la hibernación y la criogenización, que se asemejan en que ‘se ocupan’ de ‘el tiempo de la vida’, bien ralentizando por un periodo una vida existente; o bien, intentando que esta ‘eclosione’ de nuevo cuando ya se ha apagado. No es posible confundir ambos términos, ya que existe entre ellos una esencial, evidente y clarísima diferencia: en la hibernación, sigue habiendo vida; mientras que en la criogenización, el organismo está muerto.
    La hibernación (del latín hibermus=‘relativo al invierno’), se da principalmente en animales  de sangre caliente (u homeotermos), y está
presente en una gran parte de los mamíferos que, gracias a ella, pueden sobrevivir. Y se refiere, a la facultad que tienen ciertos animales de adaptarse a las duras condiciones que impone el invierno, como son el frio y la escasez de alimentos. Durante este estado, el animal, refugiado en su madriguera en una postura que le permita una mínima pérdida de calor, permanece inmóvil y sumido en un profundo letargo; la respiración se ralentiza, el corazón disminuye la frecuencia de sus latidos, y la digestión prácticamente se detiene; el metabolismo disminuye significativamente, y ello, unido a la hipotermia, hacen posible que pueda conservar las energías corporales, debido a las reservas que fue almacenando en su cuerpo en forma de grasas durante el resto del año.  En este periodo, en el cual ‘el organismo está suspendido entre la vida y la muerte’, no se produce pérdida de masa muscular ni de masa ósea. La hibernación puede durar meses; pero siempre acaba con la llegada del buen tiempo, en primavera. La hibernación o ‘sueño de invierno’ –que es algo más que un profundo sueño-, es uno de los grandes enigmas del mundo animal.
    Y hemos hablado de animales (el oso, la ardilla roja, el murciélago, el hámster, etc.). El ser humano,  también mamífero, ¿tal vez no esté dotado de aquellos ‘poderes’ que hacen posible la hibernación?… Hay hechos y testimonios, que ponen en tela de juicio esta aseveración: 1º, Por una parte, existen estudios científicos, tendentes a producir artificialmente un estado de hibernación. Y en este sentido, parece muy prometedor el empleo de sulfuro de hidrógeno como inductor. Así, el doctor Mark Roth (de la Universidad de Washington y del Centro ‘Fred Hutchinson’), indujo en ratones –que, recordemos, no es un animal hibernante- un estado de ‘metabolismo lento’, con pulso y necesidades de oxígeno reducidos en un 90% aproximadamente y una temperatura del corazón de 11º, durante 6 horas. Durante todo ese tiempo, el ratón respiró aire conteniendo 80 ppm de sulfuro de hidrógeno; pero, una vez suprimido el sulfuro de hidrógeno de la atmósfera que respiraba el ratón, este recuperó su ritmo metabólico de una manera totalmente normal, sin daños físicos. Y 2º, Existen además, otras evidencias. En 2006, Mitsutaka Uchikoshi, un joven escalador japonés, bajando solo por la muy abrupta y rocosa ladera nevada de una altísima montaña, tropezó, se rompió una cadera y se quedó inconsciente
e inmovilizado sobre la nieve y el hielo, sin posibilidad alguna ni de continuar su camino, ni de comunicarse con nadie. A los 24 días, tras intensa y laboriosa búsqueda, consiguieron encontrar el cuerpo. Todos lo daban por muerto. Pero, ¡qué milagro! ¡estaba vivo! Con una temperatura corporal de tan solo 22º, un ritmo cardíaco lentísimo y una respiración bajo mínimos, sin poder moverse y sin alimentarse –tal vez, solo agua proveniente de la propia nieve-, había conseguido salvar milagrosamente la vida. Hoy en día, es una persona  absolutamente normal. Y otro caso: en 1999, la radióloga sueca Anna Bärenholm, quedó atrapada bajo una gran capa de hielo durante 80 minutos, sufriendo una hipotermia extrema; pero, rescatada, recuperó sin lesiones su vida y su normalidad. Parece que ambos sobrevivieron, gracias a un estado que los científicos denominaron ‘animación suspendida’; algo, que sería muy parecido a la hibernación. Y que es debido –parece ser- a que el organismo humano, de alguna manera, recuperaría esa facultad de hibernar, que se cree que tuvo, pero que debió de perder durante algún período de su evolución. Y la pregunta obligada es: ¿será el ser humano capaz de ‘recuperar’ de nuevo esta capacidad para poder hibernar como lo hacen otros mamíferos?...
    Todo esto, es tan cierto y tan verosímil, que en EE.UU. se afanan ya por diseñar y por fabricar unas ‘cápsulas de hibernación’ – que serían monoplaza y fácilmente transportables-, para poder evacuar en óptimas condiciones a heridos o accidentados graves –en una playa, en la montaña, en una trinchera, etc.- hasta un hospital -que tal vez se encuentre a unas decenas de kilómetros-, en donde puedan ser atendidos adecuadamente y con las debidas garantías.
   La criogenización (de origen griego, kyros=frio), es un método, por el cual se somete a una persona (o a un animal) a condiciones de frío intenso y duradero, con el objetivo de preservar su cuerpo en las mejores condiciones, con la esperanza de poder ‘resucitarlo’ en un futuro. En realidad, el término correcto para este proceso sería criopreservación o crioconservación.
    Hoy en día, solo se puede aplicar esta técnica a personas a las que se las haya declarado clínica y legalmente muertas. La ciencia, no es capaz aun de volver a la vida a una persona crioconservada; es decir, que no es un proceso reversible, ya que hasta el momento, no se ha conseguido reparar satisfactoriamente los daños estructurales ocasionados en los tejidos a nivel molecular, producidos principalmente por la isquemia o por el proceso de la propia congelación, con la consiguiente cristalización. Y es esta una de las principales razones por las que la comunidad científica mira con recelo la criogenización (Se dice, por cierto, que al famosísimo Walt Disney lo tienen criogenizado, a la espera de poder ‘resucitarlo’ algún día).
    La gran esperanza para el futuro, es la nanorreparación, o reparación a nivel molecular; que a su vez depende o está supeditada al avance de la nanotecnología y de la nanomedicina. Y así, se confía que en un futuro no demasiado lejano –quizás de varias décadas-, en que la ciencia siga avanzando, poder encontrar algún procedimiento para volver a la vida a estas personas; e igualmente, se encuentre el remedio para muchas de las enfermedades que hoy día son terminales (entre ellas, el cáncer). También esperamos que, en ese futuro, puedan regenerarse células y tejidos que hoy día son irreparables. Pensemos que, independientemente de todas las implicaciones éticas y legales, si existiese la posibilidad de mantenernos en un estado en el que fuésemos capaces de ‘engañar al tiempo’ hasta que las condiciones para que se hiciese posible la vuelta a la vida o para el remedio de tantas enfermedades, ¿es que no lo haríamos?...
    Sí, la ciencia –y la medicina con ella- avanzan constantemente; las enfermedades o epidemias que hace siglos asolaban a la Humanidad, son hoy solo anécdotas, recuerdos del pasado… Años antes del primer trasplante de corazón de humano a humano (efectuado por el doctor Christian Barnard, el 3 de Diciembre de 1967, en el ‘GrooteSchuur Hospital’, en Ciudad del Cabo, Sudáfrica), ¿alguien hubiese podido imaginar que, pocas decenas de años mas tarde y en muchos hospitales del mundo, se harían, como algo cotidiano y casi rutinario, trasplantes de corazón, de hígado, de riñones, multiorgánicos, etc.?... Pues, si esto ha sido posible, ¿por qué no pensar y soñar igualmente que en el siglo XXI o en el XXII, podremos regenerar todo tipo de células (de médula, neuronas, o de cualquier otro tipo), o…, tal vez ¡’regresar a la vida’ a una persona criogenizada o crioconservada, fallecida decenas de años antes!?... Sería algo, ¡realmente portentoso, formidable! Pero, está claro, que para alcanzar esas quimeras que hoy nos parecen pura utopía, podemos estar hablando de muchas décadas o, tal vez ¡de siglos!
    Y como resumen de estas breves líneas, de este ‘boceto’, exponer - eso sí, con una pizca de fantasía-, cómo en un futuro podríamos -¡tal vez!- ‘engañar al tiempo’. A corto plazo, mediante la hibernación; y a largo plazo, gracias a la criogenización. En el primero de los casos, habrá de haberse confirmado esa posibilidad en los humanos; y en el segundo, si la ciencia y la tecnología han conseguido ‘acertar’ con el procedimiento o con el método para devolver a la vida a estas personas fallecidas. 
   Yo pienso, que hemos de ser optimistas por naturaleza. Y existe en ambos casos este pequeño reducto de esperanza; que, aunque remota, ¡no deja de ser esperanza!


                            Rafael Ild. Pérez-Cuadrado de Guzmán
                                               Escrito el L07.Jul.2014







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