viernes, 25 de abril de 2014

Alzheimer: una palabra que asusta.- /

El cerebro humano, después de unos 700 millones de años de evolución -según algunos antropólogos-, se diferencia fundamentalmente del de los animales –y en ello radica su supremacía sobre estos-, en la inteligencia y en la capacidad para razonar. Y esto se debe, a que nuestro neocórtex (la zona más compleja de la corteza cerebral), así como la cantidad de conexiones sinápticas, son significativamente muchísimo mayores que en los animales. El cerebro, es la ‘computadora central’ del sistema nervioso; y controla absolutamente todas las actividades del cuerpo humano, desde los latidos del corazón, como p.e. el hecho de caminar, hasta los pensamientos más complejos o abstractos.
  La enfermedad o mal de Alzheimer (en adelante EA), fue descrita e identificada como tal entidad nosológica definida, en 1906, por los médicos Kraepeling y Alois Alzheimer, este, nacido -(en Marktbreit (Baviera, Alemania)-, en 1864. Y se ha definido como una ‘proteopatía’  neurodegenerativa, con un deterioro neuronal progresivo y no reversible, que se manifiesta principalmente en personas mayores de 65 años –y parece ser, que más en mujeres que en hombres-, como un deterioro intelectual y cognitivo acompañado de trastornos conductuales, mas evidentes a medida que mayores y más importantes áreas del cerebro se van atrofiando. Se ven afectadas en gran medida, las áreas que controlan el pensamiento, la memoria y el lenguaje (lóbulos temporal y frontal, y la circunvolución cingulada). Afecta a entre 5 u 8 personas de cada mil. La ‘OMS’ (Organización Mundial de la Salud), estimó que en 2005, la EA afectó a un 0’38 % de la población a nivel mundial –lo que supondría unas 28’6 millones de personas afectadas-; y que esta cifra llegará a un 0’44 % en 2015.
   Se ignora la etiología de esta enfermedad, aunque se trabaja sobre varias hipótesis: a) el déficit del neurotransmisor acetilcolina; b) el acúmulo anómalo de proteínas beta-amiloideas y proteínas tau en el cerebro; c) mutaciones de algunos genes (principalmente el gen de la APP, localizado en el cromosoma 21); d) posibles trastornos metabólicos (p.e., la hiperglicemia y la resistencia a la insulina). Y se citan también, factores vasculares, familiares o hereditarios (la probabilidad, es 3 veces superior en parientes cercanos a un afectado de EA), y de riesgo.
   En una primera fase, es decir en la aparición de la EA, lo más llamativo es la pérdida de la ‘memoria a corto plazo’, y la tendencia a ‘perderse’ (por no saber orientarse en la ciudad o barrio, no recordar cómo se va a la tienda o cómo se vuelve a casa, etc.); la inhabilidad para adquirir nueva información o conocimientos; la incapacidad para razonar; la apatía; la indecisión; el progresivo deterioro cognitivo, p.e. la agnosia (que lleva, a no reconocer a los familiares y seres más cercanos y más  queridos; o a una creciente incapacidad para comprender el significado de las cosas); así como afasia (frecuentes errores al expresarse; decir,  p.e.  armario,  cuando  se  pretendía  decir  teléfono); dificultad  o torpeza  para  el  lenguaje, y  empobrecimiento  del  vocabulario,  como  también ecolalia (repetición automática de palabras o frases); e igualmente apraxia (dificultad o torpeza en la ejecución de habituales funciones motoras básicas, como escribir, dibujar, vestirse, peinarse…). También, una notoria labilidad emocional (llantos o risas inapropiadas y/o a destiempo); irritabilidad; pérdida del sentido espacio-temporal (no se sabe en qué día se vive, ni dónde se está), etc.. Y, con cierta frecuencia, graves e inesperados cambios o alteraciones conductuales (personas habitualmente pacíficas, que se comportan en ocasiones con inusitados malos modos o incluso con gran violencia y/o agresividad), etc. (No hay espacio en este mini-artículo, para referir y detallar más minuciosamente la sintomatología, ni sus posteriores fases).
    El diagnóstico precoz y certero, es sumamente difícil de establecer, si no imposible.. Las pruebas tales como TAC (tomografía axial computerizada), RMN (resonancia magnética nuclear), TEP (resonancia por emisión de positrones), EEG (electroencefalograma), etc., así como las habituales analíticas (sangre, orina, etc.), no son nunca reveladoras ni definitivas; y mas bien nos sirven  para  descartar  otros  posibles  procesos  cerebrales, o para  tratar  de establecer un diagnóstico diferencial. Por todo lo cual, tendremos que basarnos en posibles antecedentes  familiares, en la historia clínica del –o de la- paciente unida a su edad, así como en las  características neurológicas y psicológicas y, sobre todo, en la aparición apenas perceptible en un principio pero gradual y progresiva, de la sintomatología y características típicas (Antes, someramente descritas). Aunque, muy recientemente, el posible diagnóstico precoz, se basaría en la utilización de radiofármacos (que puedan mostrarnos imágenes directas de los depósitos beta-amiloideos en el cerebro); y también, mediante punción lumbar, en la búsqueda de amiloides beta o proteínas tau en el líquido cefalorraquídeo.
     No parece haber medidas eficaces y definitivas para prevenir o evitar la aparición de la EA, aunque ciertos hábitos y actividades intelectuales (p.e. jugar al ajedrez, completar crucigramas o ‘sudokus’, manejarse en informática), o trabajos que requieran gran habilidad manual  y agilidad mental (p.e. construir y/o ensamblar piezas o mecanismos difícultosos), así como  un alto nivel de escolarización y de estudios, el hablar mas de un idioma, leer con asiduidad, tener un carácter alegre, abierto y comunicativo, relacionarse socialmente, etc., parecen poder reducir el riesgo de sufrir la EA. También, una dieta mediterránea (frutas y vegetales, cereales, aceite  de  oliva,  pescado, vino tinto…), y  ciertas vitaminas (la B12, la C y el ácido fólico); y el ejercicio físico suficiente y cotidiano, podrían reducir el riesgo. Por el contrario, el sedentarismo y el desinterés por los propios ‘hobbys’ y por la vida misma; el ‘enclaustrarse’ voluntariamente en casa; el abandono del cuidado personal; las depresiones, el aislamiento…; así como la hipertensión, el tabaquismo, la drogadicción, la hipercolesterolemia, la diabetes…; y también, la exposición a pesticidas, fertilizantes y/o  disolventes, la intoxicación por aluminio…, supondrían un riesgo añadido para desarrollar la enfermedad.        Una vez establecida la EA, las AINE’s (antiinflamatorios no esteroideos, como la  aspirina), y los  potentes  antioxidantes (como  la  vitamina E y otros), se  cree  que podrían retrasar o ralentizar la  progresión  de  la enfermedad. El promedio estimado de vida, se cifra entre los 4 y 10 años; pero, en ocasiones, puede llegar a los 20 o más.
     La demencia, en general, en una población global cada vez más anciana, se está convirtiendo en uno de los más graves problemas sanitarios de nuestra sociedad. Su frecuencia, a partir de los 65 años, se duplica cada 5 años.
    A día de hoy, no existe ningún tratamiento específico y eficaz. Se han utilizado fármacos anticolinesterásicos (Tacrina, Cognex, Aricept, Reminyl), y también la levodopa; todos, con muy escasos o nulos efectos. Sin embargo, ultimamente se investiga con la inyección intracraneal de células madre embrionarias, para intentar detener o aminorar al menos el deterioro cognitivo. Los resultados –experimentados ya en humanos-  parecen positivos; y hacen, por lo tanto, concebir serias esperanzas. En todo caso, serán siempre fundamentales los tratamientos paliativos; así como unas soberanas ‘dosis’ de paciencia, de exquisitos cuidados, de dedicación a tope y de ‘mimos’ y cariño sin límites. Y la filosofía ante un paciente de EA, sería esta: siempre que se pueda, curar; cuando esto no sea posible, calmar; y si nó es posible ni curar ni calmar, entonces sedar y consolar, e intentar comunicarse. Y siempre, claro, rezar.  
    Recordemos que, algunos famosos, como Rita Hayworth, Ronald Reagan o Charlton Heston, han padecido esta grave enfermedad. Y al reconocerlo ellos así, han ayudado a la ciencia a investigar más; y han ayudado a otros pacientes, en su afán por lograr la curación de su mal.
    Hay motivos para la esperanza ¡Confiemos en la ciencia y en los investigadores!

             Rafael Ild. Pérez-Cuadrado de Guzmán

                                                             Médico

Alz

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