miércoles, 14 de marzo de 2012

Reconciliación.-   /


Su esposa, había fallecido unos días antes; creo recordar, que como consecuencia de las secuelas de un ictus cerebral. Y aquel lógicamente dolido y destrozado esposo –ahora ya viudo-, soltó en el periódico una dura e infamante carta contra un médico –al que citaba con nombre y apellidos-, al que acusaba de falta de profesionalidad y casi de negligencia, al no haber actuado como él creía que debía de haber actuado.

Este doctor era compañero mío y trabajábamos en el mismo hospital. Hablé con él para conocer su versión de los hechos. Y sabiendo esta, decidí contestar en el mismo periódico a Don José. Y no por un afán corporativista, ni tampoco porque la versión del acusado médico ‘tuviese que ser’ mejor o de más valor que la de Don José, sino porque era más clara y verosímil, porque alegaba razones de peso y porque, en definitiva, parecía obvio que se ajustaba muchísimo más a la realidad de lo ocurrido. Y no era justo, que por unos hechos distorsionados, la figura de aquel doctor –excelente médico, persona y compañero, por cierto-, quedasen en solfa y que se pusiesen en duda, de una manera un tanto arbitraria o caprichosa, su credibilidad, su profesionalidad y su honorabilidad.

Volvió a escribir otra carta Don José en el mismo medio; acusándome ahora a mí; entre otras cuestiones, de ‘obscurecer’ la verdad, de erigirme en paladín de los médicos, y de querer defender sin razón al, en teoría, más ‘poderoso’. Pero mi intención, había sido solamente, siempre con mucho respeto, poner paz entre ambos ‘contendientes’ y, sobre todo, tratar de que prevaleciera la verdad. Y respondí entonces con una última carta –porque aquello llevaba camino de eternizarse-, que transcribo a continuación, sin quitar o poner ni una coma del original.

>> Contesto a la carta publicada en este Diario, con fecha… Señor Manzano, con estas líneas doy por zanjado nuestro pequeño ‘pleito’.

Brevísimo: 1º.- No soy traumatólogo, soy anestesista. 2º.- Yo no he aludido despectivamente –como Vd. apunta- a ningún profesional, sea albañil, fontanero, arquitecto o
notario. Yo no discrimino ni margino nunca a nadie ¡Dios me libre! Y gracias a ello, afortunadamente, puedo presumir de tener buenísimos amigos en todos los estamentos sociales; ¡no me enfrente usted, pues, con nadie! 3º.- En ningún momento le he insultado a Vd., ni insulto jamás a ninguna otra persona. Sería incapaz. No es mi estilo. 4º.- Ningún matiz político en mis palabras; ¡no saque Vd. las cosas de quicio, Don José, por favor! 5º.- Ni campeón de médicos, ni paladín de nada. Soy el más humilde. Pero, eso sí, busco siempre la verdad. E intento con ella, servir a los demás. Y 6º.- La vida de un ser humano, no lo dude amigo, ¡es absolutamente sagrada para mí!

Tampoco yo conozco sus creencias, Don José. Y no me hace falta. Porque, tanto Vd. como yo, necesitamos, deseamos y buscamos como algo prioritario y fundamental, la vida, la salud y el bienestar de nuestros seres queridos. En esto, ¡somos exactamente iguales!

Y quiero además que sepa, que yo respeto sus 73 años, señor Manzano. Y que lamento sinceramente la muerte de su esposa. Y que respeto también y comprendo perfectisimamente, su angustia y su dolor. Y todo esto es, de verdad, lo único que importa.

En mi anterior carta a este Diario –en la que mi intención era defender a un compañero médico-, jamás estuvo en mi ánimo el tratar de ofenderlo a Vd. Si así ha sido, si se ha sentido molesto u ofendido, ¡discúlpeme!

Y para terminar, olvidemos nuestra pequeña ‘refriega’, ¿le parece, Don José? Y aunque sea en la distancia, démonos un simbólico y muy sincero apretón de manos. Y sepamos perdonarnos. Y, ¡amigos! Si algún día nos conocemos personalmente, ‘en vertical’ -como les gusta expresarse a los radioaficionados-, estoy seguro de que nos comprenderemos y…, de que sabremos fumarnos, cordialmente, ‘la pipa de la paz’’ ¿Verdad que sí?

Lo único lamentable será, que ni usted ni yo podremos devolverle la vida a su muy querida esposa. Pero, ¡consuélese pensando que ella está ya en el Cielo, muy cerca de Dios!

Un afectuoso saludo, Don José. Y quedo siempre a su disposición. <<

Y añadía mi nombre y apellidos.

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Me quedé con pena por todo aquello...; por si él seguía sintiéndose dolido y poco comprendido.  Y surgió en mi el interés y el deseo por conocer a Don José en persona y aclarar las cosas.
 No recuerdo cómo, pero conseguí saber dónde se encontraba, dónde vivía Don José. Y a los pocos días de todo aquello, de aquel ‘periodístico enfrentamiento’, una soleadita mañana, me presente de improviso en aquella Residencia de Ancianos, y pregunté por él. Apareció el bueno de Don José en el ‘hall’, con cara como de sorpresa, de no creérselo…; yo me presenté; nos miramos por un instante a los ojos y, emocionados ambos, nos fundimos en un sincero y apretado abrazo… En verdad, ya no hacía falta que ‘nos fumáramos la pipa de la paz’ –como en las tribus indias-, porque aquel espontáneo y cordial abrazo, significaba ¡mucho más!, ya que era la expresión, el gesto y la confirmación de una sincera y auténtica reconciliación.

Luego, allí en aquel luminoso ‘hall’, nos tomamos unos refrescos juntos; me enseñó después, diligente, amable y educadísimo, y yo diría que con satisfacción y con agrado, su habitación y parte de la bonita Residencia … Y charlamos mucho; de aquel tristísimo hecho -el fallecimiento de sus esposa- que nos había llevado a enfrentarnos  sin tan siquiera conocernos y ¡de mil cosas más! Nos hicimos amigos. Don José, pude conocerlo a él y saberlo entonces en el ‘vis a vis’, ¡era una grandísima persona! Y después de un largo y agradabilísimo encuentro, nos despedimos con otro fuerte abrazo.

La verdad, es que yo me quedé con una gratísima impresión de todo aquello: de él, de nuestro cordial encuentro, de haber podido poner las cosas en claro, hablando y razonando… Y me consta, que también para Don José fue un día muy especial y muy bonito. Con aquel encuentro, habíamos logrado dos cosas importantísimas: la concordia y ¡la paz! Y pasar él y yo, de ser ‘enemigos’ a… ¡ser amigos!

Volví a ir varias veces a verlo a su Residencia. Y siempre, en nuestros encuentros, se repitió o incluso se acrecentó aquel tono de amistad y de mutuo cariño y simpatía. Pero un día…, ya no lo encontré, no pude verlo. Él, a la llamada de Dios, se había ido junto a su muy querida y añorada esposa…

¡Adiós, Don José! He perdido, inesperadamente, a un entrañable amigo. Guardaré un gran recuerdo de tí. Y me consuela el saber, que ahora, ya allí, en el Cielo, ¡viviréis tú y tu esposa felices ya para siempre, para toda una eternidad!


        Escrito íntegro por Raffaello, el D13. 11. 2011












































Reconciliación.

1 comentario:

PRK dijo...

Una bonita historia y unos hechos que demuestran la gran persona que eres.
Primero saliendo en defensa de tu amigo y colega no por corporativismo,sino convencido de que sus razones eran claras y verosimiles y para hacer prevalecer la verdad, después intentando hacer las paces con D. José , hasta el punto de ir a buscarlo a la residancia y terminar siendo amigos.
Hablando, dialogando, sin rencores se consiguen tantas cosas...y,en esos detalles, en esas maneras de actuar se ve la grandeza de las personas.