miércoles, 25 de enero de 2012

¿Negligencias?...  /
    Así como es muy típico y bastante frecuente, que muchos de los extranjeros que aprenden el castellano, o que habiéndolo estudiado se ‘atreven’ ya a practicarlo, confundan los verbos ser y estar, o que no acierten con la correcta utilización de estos, es igualmente frecuente que aquí en España –e ignoro si ocurrirá lo mismo en otros países hispanoparlantes-, se confundan o se utilicen equivocadamente los verbos corresponder y pertenecer. Y así, es habitual y cotidiano, hablando de médicos y/o de hospitales, de intervenciones quirúrgicas, etc., escuchar, p.e.: ‘a mí me pertenece el hospital ‘Gómez-Ulla’, o… ‘me pertenece el hospital ‘Vall d’Hebrón, o ‘La Paz’, o el ‘Reina Sofía’, etc. En estos casos, de ser ciertas esas aseveraciones, estas personas que así se expresan, naturalmente, serían supermillonarias; pero no es el caso. Lo único que ocurre, es que confunden los verbos o la correcta utilización de estos; porque los hospitales mencionados –como todos los de la geografía española-, por supuesto que no les pertenecen, ni el ‘Gómez-Ulla, ni el ‘Reina Sofía’, sino que, sencillamente, les corresponden. Si tienen que asistir a alguna consulta o si tienen que operarse de algo, el hospital que les corresponde es… tal hospital; pero, evidentemente, ese hospital no les pertenece.

    También es muy habitual, establecer claras diferencias entre los hospitales públicos y los privados. Y así es frecuente escuchar: ‘en el hospital de la S.S. me ‘sacaron’ anemia ‘a la sangre’ -o hepatitis ‘al hígado’, o mareos ‘a la cabeza’-; pero me fui a uno privado, y ¡tengo todo perfectamente!’. Creen muchos que, por ser ‘de paga’ les hacen las analíticas –o lo que sea: radiografías, electrocardiogramas, angiografías, TAC, resonancias magnéticas, ecocardiografías, etc.- con más esmero, con más interés y con mejores aparatos ¡Qué incautos!

    Y de la misma manera, mucha gente es muy proclive a confundir negligencia con fallo, o con error (O 'se deciden' por la ‘negligencia’, porque saben que hacen más ‘pupa’ al médico de turno, y porque además –en la mayoría de los casos- esperan sacar pingües beneficios crematísticos de ello). Y así es frecuentísimo, cuando se habla de algún –en mayor o menor magnitud- contratiempo o ‘desgracia’ hospitalaria tras de una intervención quirúrgica p.e., sin conocimiento de causa, sin pensárselo mucho y sin tener en consideración el daño que se le puede causar a un doctor, o a un equipo médico e incluso a la totalidad de un hospital o de una institución, esgrimir rapidamente la palabra negligencia: ‘es que mi nene se ha quedado sin poder mover normalmente el dedo meñique de la mano izquierda, por una negligencia del doctor “”, que lo operó de ‘la pendi’’ ¡Qué fácil descargar de esta manera tan arbitraria –a veces- el que algo no haya salido del todo bien!

    Se me va a permitir que diga, que yo, anestesista, que he pasado gran parte de mi vida metido en un quirófano atendiendo a intervenciones de todas las
 especialidades quirúrgicas –traumatología, cirugía, oftalmología, ginecología, otorrinolaringología, urología, etc.,etc.-, algunas relativamente sencillitas y otras especialmente complicadas, en primer lugar que en un quirófano –o en una operación, o en una anestesia-, muchas veces 2 mas 2 no son exactamente 4; porque los pacientes son todos diferentes –muchos, con evidentísimos riesgos añadidos (como enfermedades bronco-pulmonares, diabetes, obesidad, transtornos en la coagulación sanguínea, tabaquismo, drogadicción, alcoholismo, diversas malformaciones o disfunciones, etc.)-; porque la actuación o la eficacia –debido a la farmacodinamia y a los factores expuestos- de la medicación (antibióticos, antiinflamatorios, etc.), o de las drogas empleadas en anestesia (potentes analgésicos, hipnóticos, relajantes musculares, sedantes, antiarrítmicos, etc.), no surten siempre el mismo y deseable efecto en todos los pacientes; y todo ello sumado, hacen que de hecho puedan complicar ya ‘a priori’ el pronóstico y, posiblemente, el resultado de la intervención, y que en cualquier caso, al menos dificultan extraordinariamente la labor en quirófanos. Si a un paciente con muchas taras y con muchas enfermedades añadidas, lo sometemos además a la agresión de un acto quirúrgico, el resultado a veces, desgraciadamente, puede que no sea el mejor.

    También porque, por supuesto, los médicos no estamos ‘tocados por una varita mágica’ que nos hiciese ser perfectos e infalibles, ¡exentos de errores o de fallos!; sino que somos unos sencillitos seres humanos que, como absolutamente todos los de otras profesiones, podemos equivocarnos o tener algún fallo, ¡qué duda cabe! Y además, porque muchas veces –sobre todo hace unos años- las instalaciones o las equipaciones de los hospitales, no ofrecen o no ofrecían las garantías exigibles, suficientes e imprescindibles, y que debido a ello, se nos ha hecho trabajar a muchos profesionales -¡muy a nuestro pesar, claro!- en centros en donde no existía p.e. canalización de gases, ni una decentita máquina de anestesia, ni una pequeña UCI, ni tan siquiera una modestita y elemental sala de reanimación o de recuperación post-anestésica y post-operatoria. Y además también, porque nadie piensa en la fatiga acumulada, no se pone atención –acaso, a muchos no les importa demasiado- en la resistencia, en la capacidad física y anímica o mental de los médicos, en la frescura de sus mentes... Yo puedo decir que, en muchísimas ocasiones me he visto obligado –obligado por las requerimientos de los propios hospitales, y… porque ‘lo exigía el guión’-, a trabajar 14 y 16 horas seguidas, con apenas unos minutos entre operación y operación para tomarme un bocadillo y un poco de agua, con el tremendo cansancio que produce el stress de los quirófanos y el simple hecho de estar de pié todas esas horas. O se me ha obligado, estando de anestesista único (¡!) en un hospital, a estar ¡60 días seguidos!, con el ‘busca’ a cuestas, es decir, ¡1440 horas, continuamente localizado! Y todo ello, condiciona, ‘quema’. Y está claro, que a una persona, cualquiera que sea esa persona y cualquiera que sea su profesión, no se le puede exigir la misma atención, la misma lucidez mental, la misma concentración, la misma clarividencia ni los mismos reflejos a las 8 de la mañana de un día que a las 12 de la noche de ese mismo día, después de haber estado en quirófanos trabajando sin parar todo ese tiempo.  
      Luego, por esta parte, pueden surgir ya algunas distracciones, algunos pequeños fallos, ¡claro que sí! ¿Quién en esas condiciones de stress, de trabajo y de agotamiento estaría exento de ellos?... Y, por cierto, ¿quién o quienes tienen la culpa de esta saturación de trabajo, de este sobre-esfuerzo, de esta –podríamos decir- explotación a las que tantas veces nos hemos visto sometidos y hemos sufrido en nuestras carnes?... ¡Nó los médicos, por supuesto!

    Yo entiendo por negligencia, el despreocuparse de algo muy importante, la falta de interés o de atencíón en lo que se está haciendo,  el estar distraido y no estar centrado en lo que se tiene entre manos, el actuar sin la debida y necesaria concentración... Y en este sentido, puedo decir que en mis muchos años de trabajo, en mis muchísimas horas de quirófano, en tantos y tantos hospitales, con tan diversos doctores y especialidades, puedo decir categóricamente que jamás he presenciado u observado ni un solo caso de clara negligencia médica. Fallos, sí, por supuesto; algunas desafortunadas y pequeñas desgracias, también. Pero, negligencias o ‘mala praxis’ –que es algo de lo que también se nos suele acusar-, de todo ello, ¡jamás! Y tengo en mi haber, unas ¡22.000 anestesias!; que suponen, claro, muchísima experiencia y muchísimas horas de quirófano (Por cierto, y gracias a Dios, sin ningún fallecimiento en esa extensa lista de pacientes). Pero, insisto, es como muy moderno y, sobre todo, muy muy fácil, ya de primeras –es lo primero que se les viene a la boca a muchos- hablar de…, ¡negligencia! Y negligencias, las hay, por supuesto; pero lo que yo digo y certifico, es que jamás he observado ninguna. Y habría que añadir, que muchísimos de estos fallos no son achacables a los médicos ni a los equipos quirúrgicos, como tampoco a los hospitales. Es que, sencillamente –lo decía ya antes-, 2 mas 2, en medicina al menos y en algunas ocasiones…, no suman exactamente 4.


    Y de estos errores humanos, no se libran ni las grandes empresas, ni las mas poderosas compañías, ni los mas sofisticados ‘artilugios’ o los mas vanguardistas super-proyectos (de la NASA, etc.).
    Recordemos, sin irnos muy lejos, los desastres de Chernobil (Rusia) y el muy reciente de Fukushima (Japón); el trágico accidente del transbordador espacial ’Challenger’ o el del ‘Columbia’
(ambos de EE.UU.); los tremendos desastres ecológicos ocasionados por superpetroleros, tales como el ‘World Glory’ (costas de Sudáfrica), el ‘Amoco Cádiz’ (costas de la Bretaña, en Francia), el ‘Exxon Valdez’ (costas de Alaska), el ‘Mar Egeo’ (costas de Galicia), o el muy recordado y cercano del ‘Prestige’ (cabo Finisterre, Galicia); el lejano y trágico hundimiento del ‘Titanic’ o el muy reciente desastre del ‘Costa Concordia’ (isla de Giglio, Italia); así como los frecuentes accidentes de ferrocarril o de aviación, etc. Todos ellos y otros muchísimos más, que ocasionaron miles de muertos y heridos, y cuantiosísimos desastres, se relacionan casi siempre con fallos humanos. Y es que las personas, precisamente porque somos seres humanos, ¡tenemos fallos!


    Pero es además curiosísimo, que casi exclusivamente se habla de negligencia o se emplea esta palabra, para acusar a los médicos (Y entre estos, estadísticamente, en especial a intensivistas, anestesistas, traumatólogos, ginecólogos…). Pero, casi nunca, para acusar a un arquitecto, a un abogado, a un catedrático, a un constructor, a un carpintero, a un electricista, a un panadero… E insisto: todos estamos hechos de la misma arcilla, de la misma ‘materia’; y los médicos –repito-, no estamos ’tocados por una varita mágica’, no somos infalibles, no somos seres de otro planeta…, somos sencillamente humanos; y expuestos, como todos los demás mortales, a imprecisiones, a fallos… Lo que ocurre, claro, es que nuestros posibles errores o fallos, hacen como ‘mucho bulto’, son mas notorios, se ven más, son mas ostentosos, salen más en ‘los medios’… Y además, como en esta nuestra querida España, todas y todos los ciudadanos, tal vez porque se han leído un pequeño ‘manual’ de Medicina en fascículos, saben o creen saber tantísimo de esta profesión...
     Sí, pero, ¡qué poquitos saben de las enormes dificultades, de los esfuerzos y sacrificios, de la perseverancia que es preciso tener, de las muchas noches sin apenas dormir, de ‘los talentos’ necesarios, y de la tremenda complejidad de una carrera de Medicina!... Y del temple y del coraje que hay que tener, para estar horas y horas, día tras día en un quirófano, siendo uno el máximo responsable de la vida de aquella persona que está sobre la mesa de operaciones.


    Tenemos fallos, sí, claro. Somos humanos. Y no se nos puede exigir –como tampoco a ninguna otra persona o colectivo se le puede exigir- que seamos perfectos.










                               Escrito por Raffaello
                               íntegro, el L23 01 12 - San Ildefonso.




    En las imágenes, a) un anestesista en el momento de intubar a un paciente; b) el instante de la desintegración del 'Challeger', 73 segundos después de haber iniciado su viaje espacial desde Cabo Kennedy; c) el buque petrolero 'Prestige', partido en dos, frente a las costas de Galicia, después de haber vertido al mar su carga de crudo; y d) el malogrado trasatlántico -el más grande de Italia- 'Costa Concordia', recostado sobre una enorme roca o islote, cerca de la isla de Giglio (Italia).



















































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