sábado, 14 de enero de 2012

¿Fue solo un sueño?...  / 
   Bueno, bueno, ¡qué chasco! ¡qué tremenda decepción!... Aunque, una vez que hube reaccionado y vuelto a la realidad, yo mismo me tronchaba de risa por lo que acababa de experimentar, por lo que acababa de sucederme… Y es que, poco antes de levantarme de la cama para comenzar un nuevo día, había tenido un fantástico, maravilloso sueño… Y ya en el cuarto de baño, al mirarme al espejo –con el envase de espuma en la mano, dispuesto para afeitarme- y contemplar aquel rostro con la tez marchita, con algunos delatores surcos en ella, el brillo de los ojos algo apagado y el cabello pobladísimo de canas, pensé: ‘pero, ¿quién es este personaje, este individuo, este desconocido intruso?...’ ¡Qué radical cambio con mi juvenil cara del muchacho del sueño! Pero, tenía que reconocerlo: aquella cara que se reflejaba en el espejo, era…, mi ‘yo’ de ahora, de 40 o 50 años después… Hube de convencerme, volviendo de nuevo al dormitorio. Y efectivamente, ella, mi amada, ¡no estaba allí! Aunque, claro –me dije-, ¡es que ya era de día!

Yo era un apuesto joven, con un cuerpo bien proporcionado y de estructura atlética; era estudiante de…, ahora ya no recuerdo de qué (alguna carrera universitaria, creo); y vivía, lejos de mi familia, en un bonito y acogedor Colegio Mayor. Una noche, dando un solitario paseo por las calles de aquella para mi casi desconocida y gélida ciudad, venía por la misma acera y ‘a rumbo encontrado’ –como dicen los marinos-, una también solitaria jovencita que caminaba con unos elegantes, sugestivos y armoniosos andares y que, cuando ya la tuve cerca, pude admirar además de su bonita y esbelta figura, su angelical y bellísima cara… Pasó muy cerquita de mí, casi rozándose nuestros cuerpos;
se cruzaron nuestras miradas y ¡qué maravilla!, yo sentí como un escalofrío, algo que me recorrió desde las puntas de los pies hasta el mismísimo cerebelo, como una felicidad inmensa…; en las décimas de segundo que duró aquel ‘encuentro’, aspiré a fondo y pude oler la fragancia de su delicado perfume y…, casi casi sentir el calorcito de su precioso cuerpecillo… Había sido todo tan breve como un relámpago, tan fugaz como un suspiro, tan etéreo como el frágil vuelo de una mariposa…; pero aquella hermosísima criatura, me había embelesado, ¡me había embargado de una increíble dicha! Pero –me pregunté-, ¿era aquella preciosa chiquilla una mujer de carne y hueso, o… era tal vez un ángel recién bajado del cielo?...

    Ella, ángel o mujer, siguió su camino. Yo me quedé parado, como petrificado. Luego, giré sobre mí mismo; y tuve la dicha de poder volver a verla, aunque ahora fuese de espaldas y alejándose cada vez más. Y, ¡qué maravilla!, cuando ya iba a doblar aquella esquina para cambiar de sentido, ella, tal vez intuyendo el gran impacto que me había producido y presintiendo que yo la seguía con la mirada, se detuvo un instante, se volvió hacia mí, y levantando gracilmente su brazo derecho dibujó repetidamente en el aire con su mano, un saludo como de amistad y, aunque ya se encontraba a unos 20 o 30 metros, pude advertir en su virginal rostro, una preciosa sonrisa… Aquello, ¡era ya demasiado!; me conmovió y me dejó como entre incrédulo y asombrado; pero, sobre todo, me dejó ¡fascinado! Reaccioné al instante; y salí presuroso tras de ella, pretendiendo alcanzarla… Pero, al llegar a aquella esquina de la calle –si, ahora recuerdo: calle Gloria-, ella ya no estaba; entre el tenue fulgor de las farolas y la suave bruma de la noche, se había como difuminado, desvanecido…, había desaparecido. ‘¡La he perdido! ¡Ya nunca más volveré a verla!’, pensé, lamentándome por ello…
    Ya durmiendo en la habitación de mi Colegio Mayor, a las 4 de la madrugada –acababan de sonar las campanas en la cercana catedral-, me desperté sobresaltado, y escruté la habitación. Y, ¿era una alucinación, un sueño o… era realidad?... ¡Ella, estaba allí!; sentada en una silla, me observaba con su dulce y tierna mirada… Sí, ¡era ella! ¡estaba en mi habitación, muy muy cerca de mí!... Me levanté como un resorte y me acerqué a aquella silla; y cuando ya iba a estrecharla entre mis anhelantes brazos…, se desvaneció de nuevo ¡Creí volverme loco! Dos veces había visto a aquella bellísima y subyugante criatura, y ¡dos veces se había esfumado, se me había como escapado de entre mis brazos! ¡dos veces la había perdido!...
    Durante varios días, al anochecer, aproximadamente a la hora en la que por primera vez la ví, volví a caminar por la calle Gloria, soñando con encontrármela de nuevo. Iba como ensimismado, atentísimo, tratando de hallarla entre las demás personas que por allí caminaban; casi me tropezaba con la gente…Pero ella, no apareció. Como tampoco volvió a sentarse, con aquel vestido azul tan precioso, en la silla de mi habitación. Y, ¿qué podía hacer yo para volver a encontrarla?... Me devanaba los sesos, ideando mil posibles soluciones, mil imposibles aventuras… Y así, pasaron muchos días. Y ella…, ¡ella estaba siempre presente en mi mente!
    Y al fín, una soleadita y resplandeciente mañana, paseando yo por el puertecillo, mientras observaba los multicolores barquitos y las gruñonas gaviotas disputándose pequeños pececillos, volví a ver aquella delicada y frágil mano agitándose en el aire. Me quedé atónito; y abrí bien los ojos mientras con mi mano como de visera me protegía del sol ¡Que tremenda emoción!, porque, sí, ¡era ella!... Yo también agité mi mano saludándola. Y ella, me hizo un ademán, invitándome a subir a bordo de su pequeña embarcación ¡Aquello era ya demasiado! ¡No podía creérmelo! Emocionadísimo, casi tembloroso, trepé por la breve escalerilla y alcancé su pequeña embarcación… Ella, con su trajecito azul celeste, bellísima, estaba junto a la borda, de pié, aguardándome sonriente… ‘Ni las estrellas que hay en el cielo son más preciosas que tú’, le dije, mirándola a los ojos. Nos fundimos en un fuerte y prolongado abrazo que, para mí, fué casi como tocar con la mano un pedacito de Cielo…; y unas furtivas lágrimas rodaron por mis mejillas y resbalaron por sus desnudos hombros ¡Qué instantes tan maravillosos, tan inolvidables! ¡Nunca pude imaginar tanta ternura, tanta dicha, tanta felicidad!...

    Sus palabras eran sencillas, fluidas, pronunciadas con una aterciopelada voz, y llenas siempre de sentido, de cercanía, de cariño… Aquella criatura, inspiraba confianza, inspiraba ternura, inspiraba amor… Bien pronto, tuve la sensación de que era ella, sin ninguna clase de dudas, la chica con la que yo siempre había soñado… Su talante, su cercanía, su dulzura, su extraordinaria belleza, su sentido del humor, su contagiosa alegría… Y, como un verdadero milagro, después de tanto buscarla, ¡la había encontrado!

    Salimos a navegar con el barquito y, después de un largo trecho, arrió con presteza las velas y fondeó junto a un agreste y bello acantilado. Y al poco, nos zambullimos,
decididos, en aquellas absolutamente cristalinas aguas...; y ella, buceando con extraordinaria agilidad y ligereza, me condujo hasta una preciosa y muy luminosa gruta de coral: era su casa. Yo era consciente de que estaba a unos cuantos metros de profundidad, pero –pensé, asombrado- aun sin las consabidas botellas de oxígeno, podía respirar sin pegas, y sin gafas de agua podía ver a aquella preciosísima chavala y podía charlar animadamente con ella. Nos sentamos sobre unos enormes caracoles...
   Y allí…‘Me habló del bien, me habló del mal…, y del amor me habló también. Me describió tierras que nunca presentí, cielos que en sueños solo ví… -recordé aquella bonita canción de mi juventud-… Para vivir, no hay más razón que un corazón en otro corazón’. Sí, me habló de la bondad, de la solidaridad, del sacrificio y del esfuerzo, de la exigencia por conseguir ser mejores cada día, y me habló del amor… Y, ¡siempre!, del compromiso con el Señor, de la fidelidad y de la generosidad para con Dios, que ¡todo! nos lo ha regalado… Yo, mientras admiraba su bellísimo rostro y su armoniosa voz, la escuchaba embelesado. Era formidable y enriquecedor todo lo que ella me decía, y… cómo, ¡de qué manera me lo decía!
    Se hizo mi aliada. Me dijo, que era absolutamente imposible –pero que no podía aducirme razones, y que no me entristeciese por ello- que nos casáramos y que viviésemos juntos… Pero me prometió que, de alguna manera y tal vez sin que yo lo percibiese, ella siempre, desde ¡ya!, iba a estar a mi lado, muy cerca de mí, queriéndome, protegiéndome, evitando mis tropiezos, salvándome de todos los peligros y procurando en cada instante conseguir mi felicidad en la Tierra y… mi ‘pasaporte’ para el Cielo.
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    Y ahora, bien despierto ya, pienso muchas veces en todo aquello. En verdad, ¿fue un sueño o… fue una realidad? Ella, ¿era una jovencísima mujer o… era acaso un ángel?...
    Sí, aún no sé, si Salhá –‘la de sonrisa angelical, la de mirada celestial’- ha sido un sueño o una realidad. Quizás no lo sepa jamás. Y tampoco me importa demasiado. Porque lo que sí sé, es que fue una vivencia realmente ¡fantástica!; que he podido mirarme en sus increíblemente maravillosos ojos verdes, charlar con ella, reirnos juntos, y estrechar su frágil y precioso cuerpo entre mis brazos…; que he podido acariciarla y besarla…; y que he sentido –y sigo sintiendo- un profundo, maravilloso e indescriptible amor por ella… Y sé también, que ella, en nuestro breve encuentro, me ha convertido en una persona mucho mejor (Tal vez para conseguir esto, me llevó en su barquito y me bajó a su casa –la luminosa gruta de coral- para charlar conmigo). Y sé que ahora, duermo más
tranquilo, más sosegado y seguro, porque sé que mientras yo descanso, ella, cada noche, sin que yo tal vez lo advierta, con su espléndida cabellera rubia, con su precioso vestido de color azul celeste y su penetrante, delicada, dulce y acariciadora mirada de sus maravillosos ojos verdes, está sentada en la silla de mi dormitorio, velando mis sueños, vigilando, cuidándome…
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    Al fin, había encontrado a la mujer de mis sueños… Y, ¿la he perdido?... Yo creo que no del todo. Porque, aunque no he podido hacerla mía, casarme con ella, me consuelo sabiendo que la he conocido, que hemos ‘sintonizado’ por completo, que ella también me quiere y que, de alguna manera, ella va a estar ya todos los días de mi vida, ¡para siempre!, junto a mí.

    Muchas veces, cuando me despierto a medianoche o de madrugada, en la medio penumbra de mi dormitorio, puedo verla perfectamente a ella, sentada en su silla, siempre vigilante… ¡Qué sensación tan maravillosa!
    Yo, siempre, cada instante, la llevaré en mi recuerdo y ¡en mi corazón! Y cada noche, volveré a buscarla y ¡volveré a soñar con ella!...

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    Pero, en verdad –me pregunto-, aquello, ¿pudo ser en realidad solo un sueño?... Pienso que no, que no fue solo un sueño; pero también creo, que tal vez ella –‘la de sonrisa angelical, la de mirada celestial’-, no haya sido o no sea una criatura de este mundo. Acaso sea posible, que esta encantadora jovencita sea…, ¡mi ángel de la guarda! ¿Es esto verosimil?...



                                                                                             Escrito por Raffaello
                                                           Integro el D11.Dic.2011




































1 comentario:

PURIK dijo...

A veces los sueños se mezclan con la realidad, otras se idealizan demasiado, otras veces nos creemos que son de verdad, pero siempre los interpretamos a nuestra conveniencia,
a lo que más nos gusta, sobre todo si son esos sueños maravillosos de los que da tanta pena despertar